viernes, 10 de abril de 2015

Capítulo VIII: Una y faltan dos



La noche siguiente, Flammer y Hada fueron al bosque prohibido para hablar con el último de los fantasmas. Aunque Herman quería ir, no pudo debido a que estaba en la enfermería pues esa misma tarde, en clases de vuelo, se cayó de la escoba y se rompió la pierna y Madame Pomfrey insistió en que se quedara toda la noche para poder tenerlo en observación. Esto, desde luego, no le hizo ni pizca de gracia a ninguno de los tres, pero como debían hacerlo lo más rápido posible, se apuraron para ir y terminar lo antes posible, ya que Flammer inisitó demasiado en visitar la sección prohibida de la biblioteca al día siguiente.

Al llegar la noche, Hada y Flammer se vieron en el árbol junto al lago y caminaron al bosque prohibido. Sophia, estuvo tratando de sacar el nombre de a quien verían esa misma noche, pero por más que le insistió, este no cedió.
—Ya lo verás, Hada. Estamos cerca al fin y al cabo. —Le dijo Flam para tratar de hacer que no enojara demasiado por la negativa. Sin embargo, el chico estaba bastante nervioso, pues a la persona que verían llevaba el mismo apellido que su amiga. “¿Será su padre o algún familiar? No lo creo, pero durante este tiempo en Hogwarts he notado que absolutamente todo puede ser realidad” se decía así mismo camino al claro donde se encontrarían con la persona que su madre le mencionó. Hada, por su parte, se notaba tranquila e impaciente. Habían esperado demasiado para completar dicha misión, así que era normal, y más siendo la última. Les contó a sus amigos que cuando vio a Lord Voldemort, aunque sintió la sangre helarse, también entendió porque tanta gente le siguió. “Un gran mago, tan poderoso que logró lo que no todos. Debo aprender todo lo que nos enseñó”. Herman, por su parte, les comentó que Bellatrix Lestrange, aunque se portó de manera grosera con él, sintió una gran admiración y bastante repudio por como hablaba de la maldición cruciatus, algo que, aunque lo atemorizó, le hizo sentir muchas ganas de poder torturas a alguien. Flammer, por su parte, sólo dijo que en cuanto a Severus Snape, le hizo sentir mucho interés por las pociones, y la legeremancia y oclumancia. El camino se les hizo más largo que de costumbre, pero cuando llegaron, Flam estaba temeroso de que pudiera morir debido al juramento que hizo con Albus Dumbledore, pero no fue así. Se paró tan normal, pues estaba seguro que no estaba rompiendo nada de lo establecido. Pensó en el nombre de Arthur Delacour y ante ellos apareció un hombre con una apariencia joven y de resistencia. Una mirada profunda, cabello rubio y una sonrisa casi muerta.
— ¿Eres Arthur Delacour? —Preguntó Flammer, seguido de un grito ahogado de Hada quien cayó al suelo de rodillas y con la cara completamente blanca. Actecmer, corrió hacía ella.
— ¡Hada! ¿Estás bien? —Le cuestionó a su amiga sacudiéndola por los hombros. Ella, por su parte, con la cara totalmente pálida y una expresión como si hubiera recibido la peor noticia de su vida trató de articular un par de palabras inentendibles, hasta que una voz grave y de ultratumba habló.
— ¿Hija? —Dijo el reflejo de Arthur, quien extendió la mano, haciendo Sophia se levantara y caminara hacía el.
—Padre…
—Dios, Hija. Te pareces tanto a tu madre. ¿A qué has venido aquí?
—Me ha mandado mi madre, señor. Dijo que para hablar con usted sobre sus experimentos y así, junto a los conocimientos de los grandes magos del siglo pasado, poder ser invencibles y enfrentar un peligro inminente que se avecina.
— ¿Y tú quién eres, mocoso insolente? —Dijo el fantasma bastante irritado por la interrupción y con una cara de pocos amigos.
—Soy Flammer Actecmer. Hijo de [Hilda].
—Sí, la conocí [como todos] y estaré gustoso de ayudar a su hijo. ¿Y cómo está ella? —Preguntó Arthur.
—Muerta. Hablé con ella como lo hago con usted ahora.
—Ya veo. ¿Y cómo consiguieron la piedra de la resurrección? ¿Quién les comentó que aquí se encontraba?
— ¿Piedra de la resurrección? —Preguntó Hada, quien, luchando por mantener la compostura, se apoyó en el hombro de Flammer para no caerse.
—Sí, hija. La del cuento de los tres hermanos. Durante el tiempo de Lord Voldemort, el buscó la primera, la varita de sauco. Quienes estuvimos con él, sabemos que la obtuvo, pero al ser derrotado por el idiota de Potter, este se quedó con el tan preciado objeto mágico. Nadie sabe que fue de ella. Pero pocos sabíamos que el anillo donde Mi Señor escondió un pedazo de su alma, tenía la piedra. Cuando Dumbledore lo destruyó, intuí que se lo daría a Potter y cuando este vino al bosque, antes de volver a sobrevivir a una maldición asesina, dejó caer la piedra en este claro. Por eso pensé que la habían encontrado.
—No, padre… de hecho fue Flammer quien encontró este lugar y por alguna razón creímos que aquí existían cualidad mágicas extraordinarias.
—Bueno, es bien sabido que ninguna magia puede revivir a los muertos, ni siquiera en un estado tan decadente como el nuestro, pero esto, al ser obra de la muerte, es bastante entendible. Sólo deben no abusar del poder.
—Sí, señor. Entendemos. Pero eso no es nuestra preocupación principal ahora, sino la que nos comentó mi madre, sobre los conocimientos y experimentos que usted realizó en vida. ¿A qué se refería?
—Verás, Actecmer. Cuando inició la primera guerra mágica, Lord Voldemort reclutó principalmente miembros de Slytherin, gigantes, dementores, trolls y muchas criaturas mágicas que el relacionaba con la fuerza y poder. Yo, al ser un Ravenclaw, me costó unirme a sus filas, pero lo permitió. Sin embargo, el nunca confió en mi como lo hizo con los Malfoy, los Black, Lestrenge o Rosier, por lo que tuve que idear una forma de demostrar que era digno de sus filas, alguien que aportara lo necesario para crear especies de híbridos aún más poderosas que las ya conocidas. Se lo comenté al Señor Tenebroso y el aceptó. Le dije que necesitaría muggles y sangresucias para poder experimentar, así como criaturas mágicas de vez en cuando. Él, gustoso de deshacerse de a quienes consideró basuras, obligó a los Malfoy a prestarme su sótano para realizar los experimentos necesarios. No les hacía nada de gracia no solo tener gente sin magia e impuros, además tenían que soportar que hubiera metido tantos libros, artefactos y conocimiento muggle a su casa, que si no fuera por la protección de Voldemort, me hubieran sacado. En el año de 1981, dos meses antes de que desapareciera por primera vez, le comenté sobre los resultados del primer gran experimento logrado desde un gigante y un nacido de personas sin magia. El resultado fue mejor de lo esperado e incluso convenció de manera tan grande al Señor Tenebroso que me hizo seguir con las investigaciones para lograr aún mejores finales. Logré que un mago tuviera la resistencia física de un gigante, su gruesa piel, su fuerza pero el tamaño de una persona. Pero cuando el casi muere, muchos tuvimos que huir. Yo salí a los bosques, donde conocí a tu madre y seguí los experimentos alejados de la vista de todos. Ambos nos unimos a las filas mortífagas de Lord Voldemort cuando regresó y cuando por fin fue derrotado, ella huyó a los bosques y yo fui detenido pero logré escapar con ayuda de un viejo amigo. Fuimos seguidos hasta una isla donde desaparecí y llegue con tu madre quien ya estaba embarazada de ti. Yo morí cuando te alumbró debido a un accidente por su condición de híbrida. Fue un milagro que no lo hicieras tú junto con ella. Ahora, supongo que a lo que se refería la buen Hilda, es que quería que te enseñara sobre esos. Bien, puedo hacerlo, pero no aquí. Deberás aprenderlo por tu cuenta, pero no es complicado. Sólo encuentra mi cuaderno de notas que está en la mansión Malfoy y ahí estará de manera detallada todo lo que necesitas. También te recomiendo comenzar a estudiar la ciencia muggle de química, medicina y biología. Aunque son una forma inferior de vida, te puedo asegurar que saben más de lo que pensamos y, contra lo que se cree, conocer de ellos no te hará un traidor a la sangre. Te lo aseguro.
—Padre, una última cosa. —Dijo Hada, interrumpiendo a Arthur.
— ¿Qué pasa, hija? —Dijo el espectro.
—Cuando conociste a mi madre… ¿ya era así o fue hecha así?
—No, ella no era así. Se ofreció de manera voluntaria para que pudiera seguir experimentando, y de hecho, gracias a eso tú naciste con esa condición.
— ¿¡Qué!? —Dijo Hada gritando pero controlándose al instante.
—Así es, hija mía. Pero te garantizo que más que una desventaja como tú lo puedes ver, es una gran forma de ayuda mágica que te servirá para lograr grandes cosas. Y por lo que veo, tu amigo Flammer encontró el amuleto que hizo Eiven. Ambos deben apoyarse en la magia. Serán grandes hechiceros. Eso se logra ver.
—Gracias, señor. Una última cosa, ¿qué sabe del apellido DuMort?
—Los DuMort… pasaron desapercibidos durante casi toda la guerra, pero son sangre limpia. Gracias a Owers DuMort logré escapar de Azkaban. ¿Por qué?
—Bueno, un amigo llamado Herman DuMort estudia con nosotros y también ha estado presente en estas reuniones, pero hoy no vino porque se rompió la pierna.
—Herman… Bueno, supongo que nació después de que morí. Lo saludan de mi parte y se cuidan, ambos. Recuerden que deben protegerse las espaldas. Hasta luego, hija mía, y suerte. —Dijo el señor Delacour y desapareció. Hada y Flammer tardaron en recuperar la compostura. Ambos caminaron sin hablar hasta las afueras del bosque prohibido pero antes de regresar al castillo Hada se detuvo y fue corriendo hacía el claro. Cuando regresó le soltó una sonrisa a Flam y le mostró una pequeña piedra negra.
—Ya no necesitaremos ir ahí de nuevo.
— ¡Vaya, Hada! Bien pensado. Guárdala bien. Nos será muy útil.

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