jueves, 25 de junio de 2015

Capítulo XXV: El viaje IV: La noche en que nació la estrella.



Hada estaba asombrada. Cuando logró tirar el campo de magia que resguardaba aquel lugar misterioso, lo primero que vio fue un camino escondido entre los un paraje de árboles completamente tupidos y tan gruesos que la escaza luz de luna no podía atravesar el espeso follaje que hacía sentir una extraña sensación de temor y tranquilidad a la vez. Caminó por el sendero aproximadamente una hora hasta llegar a una un desvío que baja en dos direcciones. La chica, sin saber bien cual debía tomar, sacó su varita y trató de usar el encantamiento brújula, sin efecto alguno. «Mierda» pensó, pues no tenía certeza alguna de por dónde ir, por lo que decidió que lo mejor sería acampar ahí y esperar hasta que amaneciera para poder explorar ambos caminos sin ninguna preocupación. Puso su tienda y prendió un fuego para calentarse y pasar cómodamente la noche.
Sentada, dentro de sus propios pensamientos se encontraba la muchacha, cuando volvió a sentir ese dolor penetrante que la hacía creer que su espalda se abría en dos para romperse y atorméntale durante el resto de sus días. Tratando de olvidarse del dolor se puso a compararlo con varias cosas. —Me sentía igual cuando me dio mi primera fiebre, pensé que moriría. —Se dijo a sí misma. —Cuando sentí por primera el maleficio cruciatus, cuando me rompí un hueso, lastimé un musculo, cuando tuve mi primera menstruación. Todos esos fueron dolores que pensé serían mortales pero no resultaron ser más que pasajeros, lo mismo con este. Sólo es cuestión de acostumbrarme. —Terminó de decirse mientras ponía una tetera sobre la fogata. —Como desearía tener a Flammer aquí. —Dijo soltando un leve suspiro, el cual fue sofocado por un inmenso dolor de cabeza que le inundó pero que desapareció tan repentinamente como se llegó.
—Pues no es difícil llamarme. Sabes que soy como la humedad o el moho. Incluso donde no piensas encontrarlo, está. —Dijo una voz dentro de su cabeza, resonando como eco pero tan clara como el agua.
— ¡Flammer, sabes que odio que hagas eso sin avisarme antes! Es terrible soportar ese dolor de cabeza en la mañana. —Dijo Hada ciertamente irritada.
—Lo lamento, sabes que no lo haría si no fuera extremadamente importante. ¿Recuerdas el cofre que te conté que trajeron esos aquerosos árabes? ¡Al fin lo pude abrir! No creerás que es lo que contiene. —Dijo Flammer con un tono de voz que reflejaba una emoción pura pero a la vez malicia real.
— ¡Sí, se lo que contiene! Estoy a tus espaldas viendo todo lo que haces. —Dijo Hada en un tono sarcástico para hacerle oír a Flamm lo tonto que sonó con eso.
—Bueno, entiendo, no quieres saberlo. Mejor te lo digo después. De todos modos tengo noticias que creo debes escuchar.
— ¿Qué pasa?
—Herman y Marian, creo, que son novios… o algo por el estilo. Están enojados conmigo. Tu plan resultó, pero no como esperabas.
— ¿La pareja de tortolitos negados se enojaron por lo de Lamya?
—Sí, y no sólo eso; todo el colegio piensa que te engaño y ya tengo varios enemigos árabes.
— ¿Y cuál es la sopresa? Practiamente, desde que entraste a primero, a donde sea que pisas te ganas mínimo un enemigo. No sé qué te preocupa ahora.
—No, no me preocupa en lo absoluto el que me odien un montón de pseudomagos que se respaldan por su historia. Lo que realmente me incomoda es tener a Herman y Marian enojados pensando que soy un perro cruel, maldito, hiriente y sin respeto. Sí, lo soy, pero no contigo y eso es lo que me tiene un poco incómodo.
—No importa Flamm, ya que regrese y los veo, o cuando me encuentren, les explicaremos todo. De mientras sigue con esa perra de Lamya, pero que ni se te ocurra llegar más allá de las telas, porque te pasará lo mismo que al idiota del bosque. —Dijo Hada con un tono bastante agresivo, serio pero burlesco.
—Vamos, cariño. Varias veces te he dejado en claro mi postura ante ese tema, no sé de qué te preocupas, además, si te contara ella como la mandé al demonio justo hace un par menos de una hora, entenderías que no hay nada que temer.
—Eso espero, niño.
—Bueno, me iré que debo idear algo lo suficientemente bueno para lograr controlar lo que hay dentro del cofre.
— ¿Qué es aquello lo que guardaban?
—Ya te lo diré a su tiempo. Prometo contactarme lo antes posible. —Dijo Flammer y como si un breve y fugaz recuerdo saliera de su cabeza, Hada dejó de escuchar el eco y sentir la mente de Flamm como si fuera la suya misma. Cuando fue a dormir, recordó por primera vez desde que dejó su casa a su madre, lo mucho que había estado con ella y las historias referente a su padre que solía contar cuando era pequeña. Entre esas historias figuraba una, era su favorita realmente, sin embargo era tan poco creíble y tan fantasiosa que poco a poco le fue perdiendo gusto, pero por alguna razón la recordó al pie de la letra:
Todas las noches, cuando la luz de la luna era la que reinaba en los cielos oscuros de los viejos bosques encantados de alguna parte de un país en algún lugar del mundo, las hadas solían salir a cantar y a pasear, contándose entre sí todo lo que la vida les había dado, llenándose de dicha de saber que eran los seres más felices sobre la faz de toda la tierra. Entre los animales comunes y las criaturas mágicas como duendes y elfos, había un solitario que todos conocían pero jamás habló. Se paseaba todos los días y noches por ahí, observando de muy lejos a las hadas, sin hacer nada más que mirarlas, hora tras hora, suspirando para él mismo, levantándose cuando ya era muy tarde por la mañana o muy temprano. Un día no apareció, y aunque nadie lo notó en un principio, pensando que solo se había quedado dormido o algo parecido, lo cierto fue que todos murmuraron cuando al segundo día sus pisadas no se vieron. El tercero su aroma no se olió, al cuarto sus suspiros no se oyeron y al quinto su espectro se desvaneció. No se supo más nada de este hombre, y todos siguieron su vida normal. Las hadas jugueteaban y bailaban, los elfos servían a todos, los duendes herraban y hacían preciosas joyas, los centauros les decían a todos lo que los astros les señalaban y los gnomos refunfuñaban una y otra vez por cualquier cosa que pasara. Todo estaba en perfecta armonía, en menos de lo que tarda una luna en volver a ser llena, el recuerdo de aquel misterioso hombre desapareció, pero solo fue pasajero, pues más tardó todo mundo en decir felicidad que él en regresar acompañado de 9 sujetos más. Todos vestían de negro, portaban varitas, aquellas que solo a los humanos se les permitía llevar e iban sumamente callados. No le hicieron caso ni daño a nadie, solo fueron a la vieja cueva, aquel lugar que era evitado por todos pues se decía que antes de que los hombres supieran de la existencia de aquel lugar, hubo algo que llenó de magia oscura y maligna el lugar, a tal punto que aún se podía sentir el temor recorrer la piel cuando se daba un paso dentro. Sin embargo ellos entraron como si nada y no salieron durante varios días. Pero solo empeoró la situación. Desde aquel entonces una criatura desaparecía a diario, ya fueran los pacíficos trolls que ayudaban a transportar los árboles, los centauros que predicaban el futuro, los duendes artesanos, las hadas que llenaban de vida el bosque, los elfos que servían a todos sin importar nada. Pero eso no fue lo peor; constantemente venía un terrible hechicero que hacía helar la sangre solo de verlo. Su nombre era conocido entre los hombres y las criaturas, todo sabían quién era y lo que hacía, por lo que cuando llegaba, todos se refugiaban lejos de su vista. Cada que él llegaba, horrorosos gritos de dolor que llegaban desde dentro se escuchaban, pero lo sorprendente es que lo solo era de los desaparecidos, sino de humanos también, que por su forma de expresarse, no tenían ni las más remota idea de que hacían ahí.
Todos le tomaron un odio inmenso al hombre que raptaba a sus compañeros. Sobre todo las hadas, quienes eran las más pacíficas y las que según cuentan, más atrocidades les tocó ver. Pero como en todos lados, siempre hay alguien que no sigue al resto. Una hermosa joven hada decidió una noche violar la advertencia de las mayores de que no debía ir hacía allá. Cuando entró sintió el terror de toda la vida, pero entre más avanzaba más en confianza se sentía, sin embargo fue tomada por sorpresa por aquel hombre que siempre suspiraba en silencio. Este la vio y se paralizo. Ella trató de saludarlo, pero él se negó a hablarle. «Vamos, mírame, dime algo, lo que sea.» Le repetía ella una y otra vez sin obtener nada a cambio. Resiganda, se dio media vuelta dispuesta a irse, pero antes de cruzar el umbral una voz grave rompió el silencio. «Hada mía, eres lo más bello que he contemplado. Conozco la belleza y lo horrible, la crueldad y bondad, pero no te conozco a ti, ¿qué eres, hada hermosa?» Preguntó el hombre cuando por fin quiso hablarle. —Soy algo que jamás imaginarás y que nunca tendrás. Si me llegas a tener podrás tocar el cielo, pero te condenarás a una eternidad en el infierno. Sólo eres un mortal y peor que eso, un maldito que ha causado dolor y tragedia en este bosque de paz. Le reprochó ella, tratando de alejarse sabiendo que nada lo evitaría. ¿Qué importa si debo condenarme a sufrir por siempre? ¿Qué puede ser peor que la desdicha de jamás saber qué fue lo que pude ser y lo que no fui?Dijo él, tratando de argumentar las palabras del hada. Escuchadme, hombre de serpiente de la muerte en su brazo; si de verdad quieres sufrir yo no te lo impediré, pero debes saber que una vez iniciado y abierta la caja de Pandora, jamás podrá cerrar. No me importa, lo que sea por ti. Te he observado días y noches enteras. Suspirado al ver tus hermosos espejos y llorado por no reflejarme en ellos. Bien, si quieres sufrir para ser feliz, de acuerdo. Lo primero que debes hacer es plantar 20 robles frente a la entrada, uno por cada hermana que ha perecido a tus manos.
Y así lo hizo. Durante 20 días plantó dos decenas de robles sólo para complacer aquella bella hada por la que se sentía a desfallecer. Veo que has cumplido cabalmente lo que te he pedido. Lo siguente que debes hacer es ir al roble que queda frente a tu cueva hoy a la media noche, cuando el primer rayo de la luna alta comience a bajar, tú ya deberás estar ahí. Dijo el hada, y como era de esperarse, cuando llegó el momento él estaba ahí, pero también ella. Con señas del dedo lo hizo ir hacía ella, la cual mostrando sus dos majestuosas alas transparentes con un tono plata, hizo que la segunda fuera llenada por la luz de la luna. Bésame, y tu martirio acabara pronto.Y así lo hizo. Pero ella no contaba con que también estaba enamorada y que sufriría el infierno de bondad durante sus años. Llenándose de luz plateada, tal cual la de las estrellas, el hada se volvió para él y él para ella, sin pensar jamás en que el retroceso de las cosas. La cueva quedó abandonada, sellada por aquella magia que se hizo sin pensar, que solo podrá ser abierta si se repite el proceso por la portadora de la sangre de la criatura que selló el lugar. Se dice que una vez, cada luna llena, ellos abrían ese recinto para poder ser libres para sí mismos y sentirse dueños de algo, no de lo más grande del universo, pero sí lo más importante, al menos para ellos.
La noche avanzó rápido y Hada comenzó a sentir sueño, pero no quiso dormir. Por alguna razón pensó que aquellas palabras, que en su momento cuando eran contadas por su madre le parecieron cursis, ahora tal vez le serían útiles, por alguna razón las logró recordar. También trató de recordar algo importante, pero no estaba segura de que. Palabras de su madre, igual, pero recientes, demasiado de hecho. Con estas preguntas en su cabeza, Morfeo llegó a inundarla de una suave brisa y un relajante sentir, haciéndola caer en un profundo sueño tan complaciente como no lo había sentido en bastante tiempo.

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