jueves, 2 de julio de 2015

Capítulo XXVI: El sirviente.



El humo morado llenó toda la habitación donde Flammer y Lamya se encontraban y antes de que se disipara, Flamm le lanzó un hechizo de conjuntivitis a la chica. —Lo lamento, pero no voy a arriesgarme a que sea lo que sea que vaya a salir, me lo quites. Era esto o arrancarte los ojos, lengua, dedos y borrar tus recuerdos. —Dijo mientras una fuerte ráfaga de viento se hacía presente al igual que un cambio de temperatura comenzaba a sentirse. El humo se volvió más tenue y una figura algo humana comenzó a pintarse. Lamya se quejaba en el suelo con la varita en la mano. El chico la desarmó y la petrificó para que no le causara problemas. En ese momento una respiración gruesa y helada se sintió, volteando a ver lo que había salido del cofre vio una figura humana, con orejas puntiagudas y la piel color rojizo. Los ojos de esa criatura que emanaban un fuego de odio completo dijeron todo por sí mismo. Flammer hizo una reverencia y habló.
—Estaba equivocado. No eres un genio. —Dijo Actecmer bastante asombrado, tratando de guardar siempre un tono de respeto.
— ¡Insolente! Soy un ifrit. Más grande que los asquerosos Djinn. ¿Tú eres quien me ha capturado? —Dijo la criatura con una voz pastosa, brusca y llena de odio.
—No… Yo no te he capturado pero si fui yo quien te ha liberado.
— ¿Y por qué has cometido semejante estupidez? ¡No tienes idea de mi poder! Soy un ifrit leal a mi tradición, a mi creador y a mis hermanos. ¡No me hagas enojar o sufrirás las consecuencias de la insolencia con la que te diriges a mí! Te lo advertiré de una vez; tres deseos te he de cumplir pero al finalizar, tú serás quien desee lo que ahora yo deseo. Ahora vamos, dime, ¿qué me vas a pedir? Soy un casi todopoderoso que puede cumplir cualquier deseo que tengas mientras no altere las leyes naturales como la vida y la muerte. Puedes obtener las riquezas que quieras, el amor de quien desees o el poder sobre los que son menos afortunados que tú para encontrarme, pero debes cuidar bien tu ambición o esta podrá devorarte.
—Yo no busco nada de eso. Ni siquiera te busqué por saber que fueras tú, sino porque deseaba conocer el que era lo que existía en ese cofre. —Dijo Flammer observando la imponente figura del ifrit que lo veía por encima del hombro y de una manera despectiva. Sus ojos de fuego se fueron calmando poco a poco y al ver esto el chico volvió a hablar. —No te busco para los deseo… Tú estás aquí ahora para servirme según lo mandan las leyes que te rigen. 1001 días has de ser de mi propiedad para quedar libre, y espero no confundas, pues nada de lo que pida será deseo, sino una orden que deberás acatar como tal hasta que yo diga la palabra antes mencionada donde se irá liberando la condenada poco a poco. Por cada cosa que pida y no sea una orden, tendrás 333 días menos de servicio, pero mientras tanto, deberás ser el subordinado del mago más poderoso que jamás existirá o conocerá este mundo.
— ¡Maldito traidor! ¡Insolente, traicionero, deshonor! Yo no serviré a un asqueroso mundano mortal que carece de principios.
— ¡Cállate! —Gritó Flammer haciendo el ser que salió del cofre callara al momento. — ¿Ahora entiendes? Tú eres mi sirviente, estás a mis órdenes. Y lo segundo que tendrás que hacer será duplicar este cofre, llevar el original a mi habitación y quedarte ahí sin hacer absolutamente nada hasta que yo lo ordene, ¡ahora! —Terminó Flammer de decir y de una completa mala gana y un repudio total, el ifrit cumplió la orden. Cuando se quedó el cuarto en silencio de nuevo, vio a la chica tendida en el suelo. Le quitó la conjuntivitis, un par de hechizos de cambio de memoria y la reincorporó.
—Bueno, Lamya, vámonos de aquí. Tengo demasiado sueño y lo de esta noche fue bastante nuevo para mí. —Dijo el muchacho tratando de esconder su mentira.
—Lo sé, Flamm, pero me alegra que hayas aceptado, después de todo, nadie lo sabrá más que nosotros.
La mañana siguiente fue de sorpresa ante todo. Flammer se acercó a la mesa de Ravenclaw donde se encontraba Marian y Herman ya no para pelear, sino para reconciliarse y contarles lo que pasó. Les explicó el cómo había estado en contacto con Hada, el plan que ideó para lograr acceder a la cámara donde dejaron el cofre, el contenido de este y lo que hizo para que Lamya no hablara ni dijera nada.
—Realmente te comportarte como un imbécil, Flammer. Es lo peor que has hecho hasta el momento, ¿sabes? —Dijo Marian mientras tomaba jugo de calabaza.
—Lo sé, pero no es lo peor, seamos honestos. De todos modos, ella me cortará a mí porque así se lo he puesto en los pensamientos. En algún momento entrará en conflicto el que le implanté ayer, se dará cuenta que estuvo mal y listo, adiós a eso, mientras tanto tengo mi propio sirviente que nos ayudará en absolutamente todo lo que necesitemos durante 1000 días.
—Flammer, debo advertirte, los ifrit odian a los humanos, está en su naturaleza. Debes tener cuidado al tratar con ellos, pues son criaturas traicioneras que harán lo posible para que lo que les ordenes hacer o desees se vuelva en tu contra. ¿Entiendes? —Dijo Herman con la boca llena de patatas y arroz. Marian lo volteó a ver dándole un golpe en las costillas en forma de reproche por hablar con la boca llena. Flam soltó una leve risa y habló.
—Lo sé. Estuve leyendo de eso ayer por la noche después de hablar con Hada. Fue difícil encontrar libros de magia árabe… De hecho no lo hice, pero si un texto muggle llamado las mil y una noches donde hablan sobre los genios. Recuerdo que mi padre me lo leía de niño pero no lo recordaba en lo absoluto hasta ahora que volví a leerlo. Aquí se explica poco sobre estas criaturas pero lo suficiente para entender el cómo tratarlos. Obviamente con el tiempo podré dominarlo mejor, pero por ahora no me preocupo mucho. Le he dicho que se quede en mi habitación y no haga absolutamente nada hasta que lo disponga de nuevo.
—Esperemos que no encuentre lagunas en dicho hecho, pues será un gran problema. —Dijo Herman.
—Mira, por ahora mi mayor preocupación es que los árabes se vayan y no se den cuenta de que les hace falta el ifrit. En cualquier caso, encontraré una forma de lidiar con aquello. Sólo espero encontrarla antes que ellos lo noten.
El resto de la semana fue tranquila. Tal y como Flammer dijo, Lamya lo cortó por lo que «pasó» la noche pasada. A partir de ese momento el chico se la pasó en la biblioteca cada vez más infundado en el estudio de la criatura que tenía en su habitación que hasta el momento no le había causado problema alguno, pues se la pasaba sentado con los brazos cruzados y los ojos cerrados sin inmutarse a la entrada de su amo. Los árabes, aparentemente, aun no sabían que había habido un cambio de cofres, pues el campo estaba perfectamente normal y todo se veía en orden. Los estudiantes de todas las casas se comportaban de manera igual que siempre, pero por esos días salió una noticia que alegró a muchos y por otra parte hizo rabiar a otros.
—Atención, chicos. Después de una larga plática y de mucha burocracia, la profesora Gratulls me ha dado el permiso de abrir un club que yo denomino «Club de combate» ya no de duelo, pues aquí no buscamos luchar con estudiantes que no saben más que lanzar varitas por el aire. Buscamos  que sepan mantener un duelo más de 5 minutos sin sudar la gota del agotamiento, que no se presionen porque su oponente sea más hábil o más fuerte. Buscamos crear magos íntegramente competentes para luchar en caso de que la situación así lo demande. —Dijo Flammer, que se encontraba con Herman, Marian, Xavier Allan y Mabel Trump. —Es una invitación para cualquiera que desee unirse, pues pensamos que entre antes aprendan hechizos lo suficientemente buenos para salvaguardar su vida e integridad física, más larga será su existencia. Es algo muy sencillo que tenemos. —Terminó de decir y así lo hizo por todos los grupos de Hogwarts siendo varios alumnos los que se unieron, más guiados por la leyenda negra que se formaba tras de él y de los pasos que daba, que de la intención del club, y él lo sabía perfectamente, estaba conciente, pero no dijo nada dejando que esto pasara sin ningún tipo de acción por su parte.


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