jueves, 22 de septiembre de 2016

Capítulo L: Árboles.



«Hemos iniciado un efecto dominó que ha de ser imparable y que jamás ha de conocer límites.» Así habló Flammer Actecmer días antes del final de la guerra.
Días después de cuando me llevó a la Mansión Actecmer, Hada citó a Flammer en Cabeza de puerco. Junto a ella fueron Marian y Herman. Querían hacer las paces, pues sus planes se estaban viendo comprometidos por la muerte de Anne y los problemas que esto trajo, sobre todo emocionales.
—Escucha, Flammer. —Dijo Hada, que estaba bebiendo whisky de fuego junto a los demás. —Entendemos que estés molesto por la muerte de Ann, sin embargo eso no ayudará en lo absoluto, y aun cuando todos nos hemos comportado de la peor manera, tú nos has superado con creces. Que mira eso de irte a México sin avisar para después querer mejorar lo fallido de inicio no es lo que acordamos en un momento, ¿entiendes?
—Tú y los demás tampoco fueron de gran ayuda, cuando sólo me hacían un par de gestos para comunicarse.
—Nosotros no somos los culpables de que seas un imbécil que confíe en métodos muggles para tratar de superar al resto.
—Escúchame, Marian, no porque haya fallado eso debido a una vieja bruta idiota que no podía ni controlar su magia, quiere decir que no haya solucionado eso. Por el contrario, he hecho más que todos ustedes juntos.
— ¿Más que nosotros? ¿Y desde cuando andar de borracho en bares muggles es hacer algo?
—Para tu información, niña idiota, no estuve ebrio en bares, estuve trabajando en lo que tal vez sea lo mejor que vaya a pasar de aquí a unos meses.
— ¿Y qué es, según tú?
—Acabo de hacer que tengamos gente del ministerio dentro. Ya no habrá nada que nos detenga. Seremos invencibles, así que por favor, te pido calmes tu estúpido tono de voz conmigo. —Dijo Flammer, quien comenzaba a perder la paciencia al igual que Marian. Hada, en ese momento se levantó y fue quien tomó las riendas del asunto.
—Muy bien, Flammer, ya entendimos que has trabajado arduamente, pero comparado a nosotros, has hecho muy poco. ¿Filtrar gente del ministerio hacía nosotros, convencer duendes y elfos? Vaya que de verdad eres manipulador, pero no lo suficiente para llegar a tener un ejército tan poderoso como el que necesitamos. Por esa razón hemos estado reclutando gente y no sólo humanos. Para esta noche, estimamos que tenemos hombres lobos, gigantes, trolls, dementores, centauros, los duendes, desde luego, a un montón de antiguos mortífagos que lo único que buscan es dinero y renombre. También estamos planeando ir a América, a los Estados Unidos para poder convencer a varios siempre atrás de entrar a nuestra causa.
—Disculpa que discrepe pero, ¿para qué mierda necesitamos seppos en nuestras líneas? Digo, es bien sabido que tienen un pésimo dominio de la magia, sin contar que son imbéciles y su inglés es cortado, chato y vulgar.
—Por la misma razón que necesitamos magos árabes, chinos, japoneses, africanos, koreanos, españoles, mexicanos, brasileños, argentinos, franceses y de todas partes del mundo. ¿No entiendes Flammer? Entre más grande, más transparentes y potente sea el ejército, los ministerios mágicos van a rendirse a nuestros pies. Hasta parece que te has vuelto idiota con el paso del tiempo.
—Entendí, Hada… Igual necesitaré averiguar más a fondo cómo funciona el amuleto de los Actecmer para poder sacar el mayor partido de ellos, por ahora, tenemos una misión cada uno, por separado, y saben bien que cada que ordeno algo es porque sé que funcionará, ¿de acuerdo? —Preguntó Flammer, y después de que todos aceptaron con la cabeza habló. —Hada… Deberás buscar a tu lado de la familia Delacour, convencerlos de unirse a nosotros. —Flammer sacó un papel de su túnica, pasó el dedo y lo enrolló con un trozo de cordón de oro. —Es una promesa que les hago. En ella me comprometo a destruir a la rama Delacour que son Veelas y entregar sus propiedades, con excepción de la mansión que tienen en Versalles, la cual, junto al Palacio, serán tuyos. Herman, deberás buscar a tu familia, hacer que el apellido DuMort también figuré en los archivos de los combatientes, será tan importante la participación que es indispensable. Sé que vienes de una muy rica familia alemana, así que si es necesario que vayas hacía allá, hazlo. ¿De acuerdo? —Herman asintió y después se dirigió a Marian. —En cuanto a ti… tienes la tarea más importante de todas, y la que dependerá la fuerza real de nuestras tropas. Debes ir con tu clan y comentar la causa, deberás demostrar que la sangre de su familia corre en tus venas, y no sólo convencerlos a ellos, convencer a dragones puros de entrar a la próxima guerra que se avecina. Tenemos un plazo de dos años. Si en ese tiempo no nos vemos no importa, pues nada será más importante que el cumplir dicho objetivo. Ya basta de hacer cosas pequeñas y sólo vernos como un montón de alborotadores; Vamos por la inmortalidad y el poder total entre muggles y magos. De aquí, hasta el fin. —Dijo Flammer, todos sonrieron y uno a uno desparecieron.
Unos momentos después de ver la barra de Cabeza de Puerco, Herman estaba en Abby Road, sin saber a dónde ir. No sabía siquiera por qué pensó ese lugar, tal vez por aquella vieja banda de música, sin embargo no perdió más tiempo y fue a su escondite. Un pequeño departamento en Manchester, del cual ninguno de sus amigos sabía. Ahí era al lugar al que acudía cuando necesitaba estar solo, pensar cosas o simplemente pasar una o dos horas con alguna chica que acababa de conocer. Y vaya que le funcionaba; normalmente acudía a bares muggles, hablaba con las mujeres y les enseñaba un par de trucos sencillos, las llevaba a Manchester en un avión privado que rentaba para esas ocasiones (gracias a la fortuna que había acumulado durante esos años, el dinero muggle le era como tirar un montón de papeles sin valor alguno. De hecho, en más de una ocasión, demostró tanta prepotencia e ira acumulada, que a las pobres chicas las humillaba tanto, pues entre más enojo sentía, más pobre y miserable era la persona que se acostaba con él, y se encargaba de humillarla tanto por un par de dólares, que no le importaba en lo obsoluto el rencor con el que quedaban las mujeres. Herman había cambiado tanto con el tiempo a como me lo contó Flammer en un principio, que cuando finalizó la guerra el parecía una persona completamente diferente. Entró a su pequeño refugio, tomó un par de cosas que ocuparía, entre ellas cantidades enormes de dinero en efectivo y desapareció al aeropuerto de Londres. Sin pensarlo, tomó un avión a Brandemburgo.
Unas horas después, el avión aterrizó y el chico salió. Hacía años no visitaba la casa de sus padres en Alemania, lo que lo hacía intrigarse de como sabía Flammer que su familia era alemana, tampoco recordaba habérselo dicho, sin embargo ya estaba ahí y debía hacer lo que necesitaba, sin embargo no sabía cómo, ¿qué podía ofrecerles? Hasta donde él sabía, su familia era extremadamente rica y jamás tuvieron ideas supremacistas. — ¿Qué haré? —Pensaba una y otra vez, mientras caminaba por las calles de Potsdam en dirección a donde recordaba que estaba la casa de su familia. Caminó durante horas, sin dar con ella, tal vez porque no recordaba donde estaba o simplemente porque no quería hacerlo, sin saber que decir, al fin llegó a un círculo completamente vacío. No había una sola casa en todo el lugar y realmente eso hacía que se viera tenebroso, como si en aquel lugar pudieran asesinarte a cualquier momento, lo cual no sería improbable, considerando que ahí estaba uno de los magos más peligrosos del siglo XXI, o al menos así había sido catalogado por sus infinitas ayudas a su amigo Flammer. —He llegado, padre. Madre, volví. —Dijo Herman y unos segundos después, una mansión imponente, construida en todo el círculo se dibujó. Las vallas eran tan altas y de piedra sólida, imposible de ver al otro lado. Herman sabía que ahí vivía su familia entera, o al menos eso era en teoría, así que caminó hasta el umbral que limitaba la propiedad de la acera y dio un paso hacia adentro. Sintió como todo en su cuerpo se estremeció, pero pasó sin problema. Los jardines estaban perfectamente cuidados, los árboles comenzaban a mudar de hojas y la puerta de madera estaba tan café como la recordaba. «Domingo» dijo a si mismo y caminó hasta la entrada. Sabía que esos días todos se reunían en el salón japonés. Así que sin perder más tiempo, caminó hacía la entrada y tocó una pequeña campanita. Apenas habían pasado unos segundos, cuando la puerta se abrió dejando ver a un elfo doméstico algo viejo con una cara amigable, orejas de murciélago y sonrisa casi borrada por la edad.
—El amo Herman ha regresado. Los amos estarán muy felices. Por favor, pase señor. —La servidumbre lo guio por un corredor pequeño que dejó revelar un enorme salón de recibir adornado bastante moderno, algo completamente diferente a lo que recordaba, pero no por eso menos majestuoso y precioso. El sirviente lo llevó hasta el salón donde se debía encontrar su familia reunida y abrió la puerta.
—Disculpe, amo Owers, el joven Herman acaba de regresar.
—Gracias, Hulli, puedes retirarte, y por favor, trae algo de comer y beber. Tengo mucho que platicar con mi hijo. —Dijo un hombre ya viejo, pero bastante imponente. Rubio y de piel pálida, incluso parecía hermano de algún Malfoy. —Vaya, vaya, vean lo que el viento trajo hasta mí. ¿No estabas muy feliz en México y después en Inglaterra? —Preguntó el viejo, viendo a su hijo.
—Disculpe, señor. Pero no he venido a socializar. Vengo en una encomienda.
— ¡Una encomienda! ¿Escucharon, familia? El pequeño mago que juega con magia oscura viene en encargo, ¿de quién, de ese tal Flammer? Aquí no eres bienvenido, chico. Hace mucho que ya no figuras en nuestro árbol.
—Eso lo suponía, pero tampoco he venido buscando reconciliarme, no después de todo lo que me hiciste vivir de niño.
— ¿Lo qué te hice vivir? ¡Por Dios, no seas tan idiota! Apuesto a que tu novio Actecmer ha hecho que vivas peores cosas que las que yo pude hacer alguna vez. Sólo me preocupé por ti, hice que tuvieras tanto conocimiento que apuesto fuiste una mina de oro para ese oportunista.
—Entiendes mal. Flammer puede ser poco ortodoxo, pero es un excelente mago, incluso mejor que todos los mediocres ricos que viven aquí. ¿Crees que el devorar libros es suficiente? En tus viejas páginas anticuadas jamás encontrarás aquello que Actecmer logró hacer. Puede ser oportunista, sí, pero sabe aprovecharlas, lo cual ha logrado grandes cosas. Podría matarlos a todos aquí y apenas si podrían sacar sus varitas para defenderse.
— ¿Crees que un mago mediocre como tú puede acabar con nosotros? ¡Por favor! ¿Qué quieres? Y habla claro, que tu madre tampoco desea verte, tus primos y tíos están igual de defraudados que yo y por si fuera poco, no recuerdo haber tenido un hijo llamado Herman.
—Seré breve; Quiero que se unan a nuestra causa. Corrección, no quiero, les vengo a exigir que nos apoyen o las consecuencias serán severas.
— ¿Me amenazas? —Dijo el hombre, poniéndose de pie, con fuego en los ojos. — ¿Tú me amenazas a mí? —El sujeto apenas había sacado su varita cuando Herman, sin usar la suya, lo empujó por los aires.
—Sí, vengo a hacerlo. Hace años no participaron cuando Voldemort se los pidió, y huyeron a Francia y es verdad que su sangre los mantuvo intactos, pero ahora es diferente; no hacemos distinción por estatus de sangre, así que si se niegan, morirán.
— ¿Crees que puedes venir hasta aquí, luego de años de no saber de ti sólo a condicionar nuestra participación en una futura guerra de la cual nada tenemos que ver?
—No la vengo a condicionar, la vengo a exigir, pues no tienen alternativa.
—No tenemos alternativa… Ven conmigo, he de mostrarte algo. —El anciano chasqueó los dedos. Dos elfos aparecieron y les ordenó que lo acompañaran. Salieron al recibidor nuevamente pero esta vez en vez de ir por más pasillos, entraron por una puerta detrás de una vieja armadura de oro. Dentro de esta, un cuarto tan grande como la sala de menesteres estaba escondido, iluminado perfectamente por candelabros enormes, el enorme papel tapiz que hacía patrones de ramas y nombres se mostró. La cabeza de la familia DuMort caminó hasta una parte en concreto. Ahí se pintaba a Frederick DuMort, padre de Owers DuMort, casado con Griselda Delacour ahora Griselda DuMort (La rama de Griselda hacía referencia Arthur Delacour, quien era hijo de Manfret Delacour y Victoria Prince, padres de Griselda, Arthur y Kreiv) y la rama de Owers y Griselda llevaban a una mancha arrancada directamente, donde sólo el nombre “Herman DuMort” se lograba leer. — ¿Entiendes esto? No eres más que un vástago más. No tienes ya poder u opinión sobre esta familia. —Dijo el anciano, mientras observaba el cuarto con gran orgullo.
—De ser así, comprendo. Disculpa por la molestia.
—Hulli, escolta al intruso hacía fuera de la propiedad. Tienes prohibido venir nuevamente si sólo traerás más deshonra y vergüenza— Herman miró a su padre y caminó. Se detuvo en el umbral de la puerta sin siquiera voltear a verlo.
—Si no lo haces por mí, hazlo por la hija de Arthur Delacour.
— ¿De qué hablas?
— ¿No lo sabías? Se llama Hada Sophia Delacour. —Dijo el chico, señalando hacía la pared, donde un nombre sin rostro estaba pintado. —Estudió conmigo en Hogwarts, unos años más grande, pero ahí está. ¿No sabías?
— ¡Largo! —El chico caminó hasta los límites de la propiedad sin voltear atrás, desapareciendo tras de él.
Hada caminaba frente a la catedral de Notre Dame. Era de esperar que estuviera llena de gente, pues era uno de las catedrales más famosas de todos los tiempos, y aun para su sangrienta historia de asesinatos y quemas de brujas, era realmente bella. Jamás la había observado con detenimiento, más que nada por sus prejuicios hacía las obras de los muggles a quienes siempre consideró inferiores y de dudoso talento y/o inteligencia, sin embargo desde que comenzó a ser amiga de Flammer cambió esa perspectiva que tenía de ellos, y vaya que lo hizo. Jamás se habría atrevido a andar por ahí, en los lugares muggles que tanta gente frecuentaba sólo por gusto, aunque en esta ocasión no era por placer, sino porque no sabía por dónde buscar a su familia. No tenía idea de nada, pues para Sophia, siempre había sido su mamá y ella, nadie más. Incluso su padre murió antes de que pudiera recordarlo. Jamás contó con nadie que no fuera su progenitora, y aún más, después de conocer a Flammer, Herman y Marian, sintió que por fin tenía una familia, alguien en quien contar y donde apoyarse. Cuando conocieron a Anne, sintió que por fin estaba completa, pero su repentina muerta la afectó tanto que dejó de confiar en el mundo, y no sólo en lo desconocido, también en sus amigos y en quienes estimaba. Pasó unos días para que entendiera que no podía seguir haciendo eso, pues ninguno de sus amigos había tenido la culpa de tan horrible suceso, ni siquiera Flammer. Aunque consideraba que si nunca hubiera comenzado esa guerra ella aun estaría viva, sin conocerla, pero viva al fin de cuenta. Y pensaba todo esto mientras caminaba y recorría las calles de Paris mientras fumaba cigarrillo tras cigarrillo. Sin saber nada, rentó una habitación de un hotel pequeño para pasar la noche. Estaba absorta en sus pensamientos, jugando con la basura de sus bolsillos, pensando en su padre, su madre, en Flammer y sus amigos. Tenía la mente tan inmersa que no se dio cuenta cuando un fantasma pasó cerca de ella, hasta que notó un ligero resplandor gris. Volteó a verlo y vio una figura grisácea, de nariz fina y ojos grandes, con una sonrisa inexpresiva y con ropa que recordaba a la revolución francesa.
—Buenas noches, señorita.
— ¿Quién es ustedes?
— ¡Vaya, pero que malos modales! —Dijo con una voz petulante el espectro. —Mi nombre es Fransûa Du La Sensualité.
— ¿Fran… de la qué?
—Du La Sensualité, señorita Delacour.
— ¿Cómo sabe mi nombre?
—Disculpe, pero con esos pésimos modales suyos no tengo ni una pizca de ganas de charlar con usted. —Dijo el fantasma que se alejó lentamente.
— ¡Espere! Una disculpa, señor Du La Sensualité. No quise ser grosera, sólo tuve un pésimo día y lo último que esperaba era encontrar a un fantasma en un hotel muggle.
— Debo admitir que ni siquiera yo sabía que este edificio era muggle. Antes era un lugar donde convivían muchos magos, pero los sin magia se volvieron locos, comenzaron a matarse entre ellos en nombre de la fraternidad y demás tonterías y a cortarse la cabeza. Fue algo terrible, ¡terrible de verdad! Pero ya no es como que importe, digo, pasó hace más de 200 años.
— ¿Habla de la Revolución Francesa, señor?
— ¿Revolución? Disculpe, señorita, pero eso fue más una abolición evolutiva. Créame, matar cientos de semejante, degollarlos y exhibir sus cabezas en plazas públicas es lo más repulsivo que puede haber.
—Ya lo creo, incluso mi amigo Flammer Actecmer piensa igual.
— ¡Y con justa razón! Muy analítico su amigo. Pero claro que lleva mucho más que simple matanza.
—Desde luego señor. —Dijo Hada, tratando de ocultar de la mejor manera su fastidio. —A propósito, señor, ¿cómo supo que me apellido Delacour?
— ¿Disculpa?
—Sí, hace un momento me dijo «Señorita Delacour»
— ¡Por supuesto, por supuesto! Disculpe, los años, aun para un muerto, afectan la memoria a corto plazo. Verá, en cuanto la vi supe que era hija de Arthur Delacour. Lo conocí antes de que huyera a Inglaterra con la hada. Tenía un potencial tremendo, pero era aficionado a las ciencias muggles, sobre todo a la medicina y a la biología. Lo vi cientos de veces mientras trabajaba en sus cosas, realmente era algo digno de admirarse; ver garabatear cientos de notas, dibujos, hipótesis y demás cosas con las que esperaba revolucionar el mundo y he que ahí si hago uso correcto de la palabra. Pero pobre hombre, cayó en las garras del amor enfermizo y obsesivo. Incluso pensé que era producto de una pócima de amor, pero después descubrí que en efecto amaba a esa mujer. ¡Qué cosas! De pensar que se veía tan feliz con aquella médico con quien salía, pero tenía miedo a que su familia lo rechazara por salir con una muggle, y peor aun, no sólo su familia, si el Señor Tenebroso se enteraba que estaba protegiendo a una persona sin magia, lo hubiera matado sin dudar. Fueron días oscuros, hasta para él. La vieja Matilda Delacour estaba iracunda cuando se enteró de los gustos de su hijo menor. Sus otras crías, igual rechazaron a su hermano. Su padre, el Señor Tiberius Delacour, fue el único que lo apoyo, incluso para el rechazo de su primo Abraxas. Un desastre completo. Sin contar que los otros Delacour, los de familia Veela, trataban de ocultar que había personas con su apellido que tenían inclinación hacía la magia tenebrosa. Una tragedia, de verdad. —Dijo el fantasma, que se había sentado en la nada, mirando la ventana, con Hada que no desclavaba la vista de su transparente apariencia.
— ¿Y dígame, señor Du La Sensualité, usted sabe dónde está la familia de mi padre? Digo, su madre y hermanos.
—Muertos. Posiblemente en las catacumbas de Paris. Muchos magos deciden enterrar a sus muertos ahí, por alguna extraña razón.
— ¿Con qué muertos? Ya veo…
—Pero no se desanime, señorita. Conozco muy bien los sortilegios de los Delacour, hablé mucho con su padre, así que sé, que si usted es la única con sangre de la familia que esté viva, la mansión será suya, al igual que si mata a sus posible primos. Deberá intentar primero la paz; La mansión Delacour se encuentra en Normandia, querían paz y un asiento en primera fila para ver muggles morir… Eran sádicos, eso nadie lo niega. De igual manera, si busca la casa le recomiendo llegar volando, así podrá verla a simple vista y sabrá si es suya o compartida.
— ¿Alguna vez supo si los hermanos de mi padre tuvieron hijos?
—Desafortunadamente lo ignoro, sólo conocí a su padre y al señor Abraxas Malfoy, eran primos realmente cercanos, se querían mucho, pero los Malfoy siempre han sido prejuiciosos por igual, así que tampoco pudieron tener muchos nexos después de las decisiones de Arthur.
—Vaya… —Dijo Hada, tratando de pensar donde encontrar a su posible familia, que desde luego, la rechazarían — Bueno, señor Du La Sensualité, realmente le agradezco mucho esta información. Espero verlo nuevamente, no en muerte, pero sí cuando regrese a este lugar.
—Será un placer contar con su presencia por aquí, señorita. —Dijo el fantasma, haciendo una reverencia y salió atravesando las paredes. Hada se metió a bañar en agua helada. Le relajaba hacerlo y le ayudaba a aclarar las ideas. ¿Tendría suerte en encontrar a esa dichosa familia que ya no quería tener vínculos con los hijos que dejó su padre? ¿Y en qué diablos pensaba Arthur? salir con una muggle sería bastante bajo hasta para Flammer.
A la mañana siguiente, Hada se levantó con un dolor de cabeza terrible. Vaya idea esa de relajarse con agua fría y después con una botella de ron. Salió del hotel antes de las 6 de la mañana y tomó camino hacía Normandía. Odiaba volar, pero sabía que sería necesario, así que al llegar hasta el dichoso pueblo, se puso en contacto con la comunidad mágica y compró una humilde Nimbus 2001, en la cual montó y comenzó a explorar, y tal como dijo el fantasma, pudo ver a simple vista los jardines de una masión cuyos arbustos dorados, donde revoloteaban pequeñas hadas,  formaban una gigantesca D. Estuvo a punto de bajar pero en ese momento recordó que llevaba mucho tiempo sin hablar francés, al punto de haber perdido la parte más elemental del idioma, que era ese acento tan singular. Por lo tanto, mientras pensaba si en llegar hablando la lengua de su familia o inglés, vio como un par de personas salían de la casa señalándola. Hada lo notó, así que sin sacar la varita, hizo comprobación de los hechizos defensores y al notar que podía pasarlos por llevar el apellido, descendió, sin ninguna dificultad para atravesar a la propiedad.
— ¿Quién egues? — Preguntó una confundida muchacha de cabello pelirrojo, un poco más alta que ella y esbelta, con un inglés cruzado de acento francés.  
— Mi nombre es… Sophia Delacour…
¿Jophia?
—Sí, hija de Arthur Delacour, hijo de… —Hada se detuvo… No sabía muy bien quien era sus abuelos.
— ¿Agthug? ¿Aun egta vivo? Pog Dioj, hemoj quegijo contagtaglo todo egte tiempo.
— ¿De verdad? —Preguntó Hada, ahora siendo ella la confundida.
Pego poj favog, adelante. Te llevague con mi abuela, ella sabrá que haceg, además habla el inglés pegfecgtamente.
—Muchas gracias. —Sonrió la chica recién llegada, tratando de ser lo más satisfactoria posible. Se sentó en una bonita sala de estar, adornada muy alegre y de colores claros, predominando el hueso y dorado. Estuvo un rato sentada en un silencio incómodo. Los elfos domésticos le ofrecieron de comer y beber, y después de la media hora más incómoda de su vida, llegó una anciana con aspecto regio.
—Buenas tardes, señorita.
—Buenas tarde, Madame.
—Me han informado que es usted Sophia Hada Delacour, ¿es correcto?
—Yo jamás hice mención de mi segundo nombre, pero sí, es correcto.
—Excelente, ¿y que la trae a Normandía? No creo que sea sólo una visita familiar, o no. De ser hacía habría ocurrido hace muchos años atrás.
—Sí y no. No vengo a hacer migas con mi familia paterna, mucho menos a querer hacer que me incluyan en sus ramas. Pero sí vengo a conocer a quienes portan el apellido Delacour y no son unos pussys sin talento mágico extraordinario.
—Bueno, en eso congeniamos, querida, pero lamento decepcionarte, yo, sólo llevo el apellido por adopción. Me casé con el Señor Marifet Delacour, de quien tuve tres hijos: Griselda, Arthur y Kreiv. La chica que te recibió es hija de este último, muy parecida a su madre, y es una lástima. Su padre no era feo, oh para nada.
— ¿Entonces usted es mi abuela?
—En efecto, aun para mi ligero desagrado, pues si mis razonamientos no me fallan, y créeme que jamás lo hacen, debes ser hija de esa repulsiva hada.
—Su nombre es Grinza y sí, soy su hija.
—Ya veo… Eso hace que tenga igual dudas sobre ti. —Hada al escuchar esto, mostró cierta indignación.
— ¿Dudas? Se equivoca, señora. Jamás he sido como mi padre, mi madre y desde luego, como esta familia. ¿Qué dudas ha de tener sobre mí? ¿Si soy sangre limpia? Desde luego que sí, y usted lo sabe. ¿Si tengo talento mágico? Bueno, llegar hasta aquí sin ninguna información, por mi cuenta y haber extendido los límites mágicos para cualquiera de mi condición más allá de lo aceptable son sólo una pequeña parte. ¿Si soy una bruja poderosa? Bueno, aun cuando usted tiene la experiencia de una vida, yo tengo destreza, agilidad y poder. Podría acabarla con los ojos cerrados. ¿Sobre si debo portar mi apellido? A veces quisiera no cargarlo, pero lo hago y me ha ayudado a llegar hasta aquí, no por palancas innecesarias. ¿Quiere saber una cosa? He venido aquí, con un solo y único objetivo, y pienso cumplirlo.
— ¿Y cuál es ese objetivo tan importante que debes cumplir?
—Flammer Actecmer me pidió que consigiera la ayuda de los Delacour para obtener su apoyo en la campaña y guerra que se aproxima.
— ¿Nos pides que ayudemos para una matanza? ¿Y qué ganamos nosotros?
—Flammer se compromete a acabar con la familia Delacour que son descendientes de Veelas, y usted sabe perfectamente quienes, así mismo, a quedarse con sus propiedades.
— ¿Todas las propiedades que tiene esa inmunda rama de sangre?
—Con excepción de la mansión y el palacio de Versalles. —Dijo Hada, volviendo a mantener la calma. La vieja bruja calló un momento.
—Acepto. Dame diez días y reuniré a todos los miembros y aliados. Regresa pasado ese tiempo y partiremos contigo a donde debamos ir.
—Muy bien. Así lo haré. Sólo como última petición, quisiera ver su árbol genealógico. Deseo saber el nombre de mis primos.
—De acuerdo, sígueme. —La bruja se levantó y caminó con tanto porte que incluso parecía una princesa o una vieja reina. La guio a un cuarto pintado de azul como el cielo, donde un montón de líneas, ramas, hojas y raíces se dibujaban sobre un árbol gigantesco que ocupaba toda la habitación. Hada los observó detenidamente hasta que vio el nombre de su padre «Arthur Delacour, hijo de Manfret Delacour y Victoria Prince/Delacour. Hermano de Kreiv Delacour y Griselda Delacour/DuMort.» Aunque había mucho más que ver, Sophia se desvió hacía la rama de Griselda, pues ese apellido adquirido se le hacía familia. «Griselda Delacour/DuMort. Casada con Owers Dumort, padres de Herman DuMort. Nieto de Frederick DuMort y Elizabeth Black.»
—Vaya, vaya. —Dijo la chica. —Así que lo que decía Flammer es verdad, la sangre, tarde o temprano es lo único que importa.
Marian caminaba por los helados bosques nórdicos, con la cabeza llena de preguntas por formular. No estaba seguro de si iba a odiar a Flammer por esto o a ella por aceptar, lo que sí estaba segura es que nada podía salir bien. Si algo tenían en común todos los amigos, es que estaban distanciados de sus familias por equis o ye motivo. Eso no había tenido repercusión alguna e incluso nadie lo había notado, hasta ahora que debían convencer a sus respectivas familias de ayudarlos en la guerra que estaban emprendiendo, y si alguna era realmente complicada, era la de Marian. Los Targaryan eran una de esas familias aisladas, un tanto locas y que rara vez no cometían incesto. Creían en su propia superioridad sobre los demás magos gracias a su especial condición de Hombres Dragón, que incluso para grandes investigadores, era algo completamente extraño, raro y de muy pocas posibilidades de ocurrir. Tampoco se sabía a ciencia cierta cómo se daba dicha condición y por supuesto, las pocas familias de humanos dragón se negaban por completo a ser estudiados y siendo la de Marian la última viva, tampoco ayudaba mucho en lo absoluto, razón por la que se separó y distanció de sus padres y hermanos, sin contar que fue siempre un poco rechazada debido a que jamás había mostrado señales de ser de la misma condición, hasta segundo año en Hogwarts cuando en el bosque prohibido lanzó una gran llamarada. Sus amigos lo consideraron espectacular y ella siempre supo sacarle provecho, al igual que Flammer, que durante la batalla de San Mungo usó esa habilidad para acabar con bastantes aurores y dejar inútil el lugar. Tan absorta estaba en sus pensamientos, que ni siquiera sintió cuando una nevada espectacular comenzó a caer. Estaba sola, en medio de un bosque tan grande y tupido que sería una estupidez intentar pasar la noche ahí. No le quedaba mucho tiempo de luz, y el usar la magia era un tanto peligroso porque siempre había muggles que guiados por las leyendas de humanos con poderes de escupir fuego (su familia, obviamente) trataban de cazarlos y matarlos), así que trató de adentrarse lo más posible y buscar refugio. No tenía ni idea de a donde continuar, como supuso estarían los demás. Pero nuevamente las palabras de Flammer le sonaron familiares «Al final, es la familia lo único que importa. La sangre prevalecerá. La familia siempre te ha de llamará.»  Esperaba que eso fuera real, pues no tenía idea de donde estaba la suya. Tras años de no verlos, perdió su rastro por completo, e incluso ignoraba si aún vivían. La chica vio al fin una cueva cercana y entró para refugiarse del frío, la noche y de ella misma.
A la mañana siguiente, Marian no estaba en la cueva, sino en una cama, alrededor de pequeñas yucas con camas de cuero y piel de animal. — ¿Dónde estoy? —Se preguntó a sí misma. No recordaba nada de la noche, incluso ni siquiera sabía si había soñado. Se levantó sigilosa y salió de la tienda. Estaba en medio de un asentamiento. Las personas cortaban leña y cazaban animales para comer. Todos con ojos de rendija y pálidos, tanto como si hubieran visto a un muerto. Le parecía tan familiar que incluso pensó por un momento que todo lo que vivió hasta entonces era un sueño y acababa de despertar, rodeada de su viejo clan. Pero al segundo descartó eso y entendió que efectivamente, estaba ahí y que nada lo había soñado; estaba en su vieja casa. ¿Pero cómo? No tenía explicación, al menos ahora, pero le restó importancia y caminó esperando encontrar a alguna vieja cara, pero nada. Anduvo deambulando durante un buen rato, mientras todos la observaban también confundidos. Cuando comenzaba a pensar que estaba en un simple lugar de muggles nómadas, se acercó a ella una persona, que aunque los años habían pasado, reconoció al instante.
— ¡Frederick! —Gritó ella, incrédula y emocionada.
—En persona, hermanita. —El chico alto, igualmente pálido, de cabello blanco y ojos amarillos en forma de rendija, la abrazó fuertemente, conteniendo las ganas de llorar, y con una voz anudada habló como le fue posible. — ¿Dónde te metiste, hermanita? Llevamos tantos años sin saber nada de ti, más que noticias vagas de los que has hecho. Sólo por eso hemos sabido que estás viva.
—He hecho tanto, Fred, que si te contara tardaría horas, incluso días.
—Estoy dispuesto a escucharte, hermana. Josh estará encantado de verte por igual. Hace días que anunció tu regreso pero no le creímos y anoche pensamos que se volvió loco cuando salió más allá de los límites de los encantamientos protectores hacía el bosque y tras unas horas, regresó con un cuerpo tan menudo en brazos que pensamos era una pequeña niña muggle, ¡pero eras tú!
—Eso explica el cómo llegué aquí. Pareciera que el tiempo no ha pasado, todo está igual.
—No exactamente igual… Han cambiado tantas cosas desde que no regresaste más… Pero vamos, eso es tema para platicar en mi tienda. Está helando aquí, sin contar que hay mucho que contar como para hacerlo a medio campamento.
La siguiente hora, se dedicó especialmente al desayuno. Comieron estofado de liebre y venado, bebieron café, whisky y cerveza de mantequilla. El ambiente, por el contrario a lo que pensó, era de felicidad y gozo. Pareciera aquellos días lejanos de verano en que estaba con sus hermanos, quienes jamás pudieron acudir a Hogwarts por haber nacido fuera de Inglaterra y que crecieron aprendiendo magia en casa. Esperaron un rato más en lo que llegaba Josh, el cual, al igual que Frederick, era de cabello blanco, pero este era más robusto, un poco más alto y sus ojos eran verdes, igual en rendija. Caminaron hasta la tienda más grande, la cual era custodiada por dos personas. Dentro de esta, había una mesa de uso militar con mapas de toda Europa, espadas, cientos de varitas mágicas en vitrinas y la cabeza de un hombre lobo.
— ¿Qué te parece? Desde el segundo que no regresaste, hemos sido atacados más veces de las que los dedos del cuerpo me permiten contar. Perdimos muy poca gente, pero por cada uno de nuestros caídos, nos llevamos a 20 enemigos. —Dijo Fred, con el pecho inflado de orgullo.
—Muy impresionante. Por lo que veo, mi hermanito el cabeza hueca es ahora el jefe militar.
—Lo es, y yo Patriarca de Clanes. —Dijo Josh, también con orgullo en su voz.
— ¿Patriarca de Clanes? ¿Significa que Duncan murió? —Dijo la chica, con una voz tan fría que la nieve de afuera habría parecido agua termal.
—Sí y no… Lo maté. —Dijo Josh. —Hace 5 años, llegaron sorpresivamente cientos de miles de dementores, los cuales comenzaron a acabar con nosotros de manera indiscriminada. Reaccionamos tarde y ante la falta de conocimiento sobre esas criaturas, y siendo mi padre el único que sabía hacer patronus, repelió a las criaturas el solo. Esa misma mañana, después del suceso, nos enseñó a realizar el encantamiento patronus para evitar más situaciones similares. Pero durante las lecciones, regresaron, y siendo cientos más. Lo ayudamos como pudimos, realizando el encantamiento recién aprendido, pero sin que nos saliera bien. Cuando por fin tuvo suficiente fuerza para alejar a todos los que había, nos dimos cuenta que sin notarlo, uno estaba absorbiendo el alma de padre. Sufrió del beso. Tuve que asesinarlo para evitarle mayor sufrimiento. —Dijo el patriarca, con la voz quebrada. —No quise hacerlo… pero fue necesario.
—Descuida, hermano. El habría hecho lo mismo sin necesidad de que sufrieras el beso, siempre fue un desalmado, no veo diferencia de lo que pasó a como era antes, al menos no a mis recuerdos. —Expresó Marian, conservando su fría voz.
—Tal vez tengas razón, pero nos estuvo preparando durante años para evitar ese tipo de situaciones… En fin, después de eso, y acabando con una revuelta de los Duncan, nos hicimos los líderes de la comunidad y aunque en los últimos años nos han atacado los Karkarov tantas veces que hasta parece cosa cotidiana, hemos logrado vivir en paz.
— ¿Karkarov? ¿No son descendientes del mortífago, o sí?
—Parece que sí. El caso es que aquí tu hermanito el bruto. —Señaló Fred a Josh, quien se sonrojó. —Tuvo la grandiosa idea de asesinar a una de las hijas, así que hemos tenido problemas con ellos desde entonces. —Marian vio a su hermano mayor, quien mató a la hija y no pudo evitar reír, al igual que los otros chicos. Durante horas platicaron sobre lo que habían hecho. Ella les contó cómo fue su vida en Hogwarts, les habló de Flammer, Herman, Hada y Anne. Les explicó su aventura en México, la incursión en San Mungo y los descubrimientos que Actecmer logró en el campo de la magia.
—Por eso estoy aquí. Se que llevamos años sin hablarnos, pero ahora es cuando necesito su ayuda. Flammer me pidió que los buscara y los convenciera de ayudarnos. Él sabe lo valiosos que somos, razón por la que nos quiere dentro, luchando hombro con hombro. —Terminó de decir la chica, bebiendo café. Sus hermanos se miraron y quedaron en silencio.
—Mari, por lo que me platicas, tu amigo Flammer es un mago extraordinario e increíblemente poderoso, ¿crees que pueda acabar con los Karkarov? De ser así y si lo logra, le ayudaremos. Han matado ya a 10 de nuestros hombres, perdiendo valiosísima sangre dragonezca.
— Fred, no es necesario que Flammer lo haga, yo puedo ocuparme de ellos en un abrir y cerrar de ojos. —La chica se levantó y caminó al mapa militar. —Sólo señálame donde están y esta misma tarde, mataré a tantos de ellos, que pensarán que fue un ejército entero el que los atacó. No dejaré a uno vivo. —Sonrió la chica. Josh se escandalizó un poco, pero no se inmutó.
—También queremos una parte importante en el ejército y así mismo, al finalizar la guerra, una buena posición en la comunidad mágica, puestos en el ministerio y oro suficiente para que nuestra familia viva sin trabajar 10 generaciones. —Condicionó Fred.
—Ay, hermanito, siempre tan ambicioso. —Sonrió Marian, agitó su dedo y un dragón largo y delgado, similar al de la cultura china de color plateado y con la densidad del humo, salió de su mano. Le dijo lo que quería y salió disparado hacía el cielo. Se quedaron en silencio unos minutos hasta que un cuervo plateado apareció. Abrió el pico y la voz de Flammer se escuchó. —Considérenlo una promesa, señores. Sus peticiones serán una realidad. Marian, por favor, ayúdalos con su problema de indeseables. —El cuervo cerró el pico y se elevó, desintegrándose en el cielo.
—Muy bien, pequeños. —Dijo Marian. —Tienen mi palabra y la de Flammer que tendrán lo que piden, ahora, Fred, por favor, indícame dónde están esos idiotas que se han atrevido a atacar a mis hermanitos. —La voz de Marian era ya más cálida y hasta de aspecto burlona. Los chicos se levantaron y explicaron en el mapa militar de la región, donde se encontraban. Su hermana salió de la tienda, les sonrió y desapareció.
Marian apareció frente a bosque extenso y bastante sombrío. Sus hermanos le explicaron que era ahí donde estaba toda la familia Karkarov y sus aliados. A simple vista no se veían por sus hechizos defensores, pero sabía que ni siquiera los de Hogwarts eran infalibles, menos los de un montón de magos mediocres. Cerró los ojos unos segundos y un par de alas de dragón salieron de su espalda, se elevó y notó que aunque el bosque era extenso, fueron tan idiotas para que tuviera forma redonda. Desde el cielo lanzó un rayo de color escarlata el cual se detuvo a metros del suelo, impactando una especie de barrera invisible hasta que penetró como una aguja en un vidrio. Voló en círculos haciendo el rayo siguiera perforando uniformemente a la vez que cientos de hechizos trataban de encontrarla. Tardó poco más de un minuto hasta que una explosión ocurrió, dejando ver una comunidad que recordaba a las viejas fortificaciones americanas; casas de madera, una bandera en medio con una K de oro, murallas de piedra y empalizadas para protegerse. —No puedo creer que piensen que eso puede repeler un ataque… Será más sencillo de lo que pensé. —Dijo la chica. Vio como un montón de personas tomaban sus escobas para subir a luchar y otros tantos se quedaban en tierra, disparando con sus varitas. Ni tarde ni perezosa, voló con la velocidad de una bala, tirando al suelo a quienes apenas se elevaban y como si fuera un rayo horizontal, atravesó lanzando fuego todo el lugar. En un abrir y cerrar de ojos, toda la madera, desde afuera hacía adentro, estaba envuelta en llamas, con gente corriendo tratando de apagarse a si mismas, pues también se quemaban. Sin perder tiempo, con su varita invocó un fuego maldito con forma de serpiente, el cual dio un segundo remate por todos lados, reduciendo en un instante en cenizas todo lo que tocó. Lo mandó al cielo y como si fuera insecticida a insectos, los pocos magos que quedaban en el cielo cayeron muertos. Comprobó que no quedara nadie vivo en un radio lo suficientemente pertinente y desapareció. A los pocos segundos se vio nuevamente frente a sus hermanos. Les sonrió y les pidió el uso del pensadero que tenían en la tienda principal. Fueron hasta ahí y les mostró el recuerdo recién hecho. Cuando acabó, se miraron y rieron.
Flammer estaba en el bar muggle donde había estado hablando con Bella. Llevaba ahí ya varias horas, bebida tras bebida, pero gracias a una poción que inhibía todo tipo de sustancia que intoxicara al cuerpo, no se encontraba ebrio en lo absoluto. Cerveza tras cerveza, volteaba a la puerta de vez en cuando, como esperando a alguien. Y ese alguien llegó unas horas más tarde. La chica aurora a quien llevó a la mansión de su familia acababa de entrar. Se veía exhausta y agobiada.
—Disculpa la tardanza. El ministerio en estos momentos es un caos por completo. A algún idiota se le ocurrió hacer que los duendes creyeran que tenían los mismos derechos que un mago. —Dijo la chica, mirando a Flammer quien solamente soltó una risa leve y se levantó.
—Vamos, tenemos mucho que hacer. Debemos ir a Norte América.
— ¿Qué, ahora? —Preguntó ella completamente incrédula.
— ¿Algún problema acaso? Pensé que estabas totalmente comprometida.
—Sí, desde luego lo estoy, pero también estoy cumpliendo un papel de agente doble.
—Olvida eso. En estos momentos te necesito más que nunca. Hada está en Francia, Herman en Alemania, Marian en Noruega, tal vez, y Anne se pudre a cinco metros bajo tierra.
— Pero, ¿qué pasará con mi trabajo, y el ministerio?
— ¡A la mierda con eso! Aprenderás tanto de mí en unas semanas, que más de lo que el ministerio de pudo enseñar.
— ¿Qué podrías enseñarme tú que no sepa yo?
—Bueno, iremos a los bosques y selvas americanas, no a sus ciudades. Aprenderás verdadera defensa contra artes oscuras… Y porque no, también a realizar estas bellas artes. —Dijo Flammer, algo desesperado.
— ¿Pero qué pasará con mi papel de auror?
—Tengo más gente además de ti, y mucho más cercanos a Potter. No eres fundamental ahí, pero sí a donde vamos, así que deja de parlotear y acompáñame. —La chica, sin más remedio, cedió y lo acompañó. Salieron del pub y caminaron un rato, hasta llegar a un lugar idóneo para desaparecer. Unos segundos después, estaban en la mansión Actecmer. Flammer suspiró y le pidió a los elfos que les sirvieran de cenar.
—Te contaré el plan; Esta noche hemos de descansar y mañana a primera hora, antes de que los rayos del sol comiencen a iluminar, saldremos hacía el sur. Acamparemos en El Paso de Cortés y buscaremos nahuales. Una vez que los tengamos de nuestro lado, iremos a Veracruz, Tabasco y Chiapas, ahí buscaremos hombres jaguar y una especie de criatura conocida por los lugareños como chaneques. Ellos, según he estudiado, serán más difíciles de encontrar y convencer, pero una vez que lo hagamos, iremos directo a Óregon, en Estados Unidos y a Minnesota. Buscaremos Siempredetrás y comunidades mágicas de brujas, que suelen ser el equivalente a las amazonas griegas, ¿entendido?
—Sí… Comprendo… Aunque no sé qué diablos son esos Nahuales y chaneques.
—Los nahuales son el equivalente a los animagos, con la excepción que al ser protectores de comunidades y pueblos, suelen ser agresivos y muy orgullososos, sin embargo hay comunidades enteras que sólo asesinan por placer. Son como renegados de los sus misma especie. Son criaturas mágicas muy poderosas y con una magia diferente a la nuestra, por eso los necesitamos. Por su lado, los chaneques, son protectores de la naturaleza, campos, montes, bosques, selvas y lagunas. Sólo sé la teoría, y se cree que son como niños pequeños, traviesos e idiotas. Aunque en Tabasco, está la especie más agresiva, que adoran de atacar a infantes, a ellos son a quienes ocupamos, para sembrar el caos entre las familias mágicas y muggles. Todo está perfectamente planeado y no habrá fallas, ¿de acuerdo?
—De acuerdo… —Dijo Bella, no muy convencida, a punto de protestar, siendo interrumpida por los elfos que llevaron su comida. Ambos devoraron el estofado de res y cerdo y fueron a dormir. Aquella noche, la chica no pudo dormir; estaba angustiada. Jamás le gustó la incertidumbre y desde luego, esto le ocasionaba mucho, pero prefirió no decirlo y tomó una poción de dormir sin soñar.
A la mañana siguiente, la despertó un elfo, quien le dijo que el amo Flammer la esperaba en el jardín delantero. Se arregló rápidamente, guardó un poco de ropa y salió hasta donde la esperaba el dueño de la mansión, quien iba vestido como muggle, con unos vaqueros de color negro, una playera con el logo de una banda británica de los años 60, sus peculiares botas y una sudadera gris. El la volteó a ver cuándo notó que apareció.
— ¿Preparada? En cuanto lleguemos a Puebla, no hay vuelta atrás.
—No, no lo estoy… pero adelante. —La chica tomó su mano y desaparecieron. Unos segundos después, estaban en medio de un paraje montañés, con un viento frío soplando en sus caras pero tan tranquilo que parecía irreal. Había un tenue olor a azufre y a madera quemada, aun cuando no había señales de vida a lo largo de todo el lugar. Bella miró hacia todos lados y notó una gran montaña soltando fumarolas delgadas pero constantes. Por el oriente otra elevación, con el pico nevado y sin mostrar señal de actividad y hacía el otro lado, una más, más alta e igualmente llena de nieve — ¿Dónde estamos? —Preguntó ella un poco desorientada.
—En el Paso de Cortés. 
—Pensé que iríamos a Puebla…
—Sí, pero aquí es donde acamparemos. Desde aquí tenemos fácil acceso a la capital del país y a la ciudad de Puebla. Estamos cerca de Veracruz y de Tlaxcala. Creeme, es un punto estratégico tan importante que no tomarlo a consideración es una completa tontería.
—Ya veo… ¿Qué hora es?
—Las 7 de la mañana. Te recomiendo que te pongas ropa abrigadora, las siguientes horas después del alba, son las más frías. —Dijo el chico, quien hizo aparecer una fogata, sobre la cual puso una olla de café y de comida. —Desayunaremos y durante el día buscaremos comida y cualquier cosa útil. Pondré hechizos protectores. Por la noche, iremos directo a la ciudad de Puebla donde sé de alguien que nos ayudará a encontrar a los nahuales que están escondidos.
—Muy bien. Haré el desayuno. —Puntualizó Bella. Flammer, por su parte, comenzó a moverse en círculos, estableciendo el perímetro de seguridad y haciendo los encantamientos necesarios.
El resto de la tarde, estuvieron buscando comida, en especial conejos, ciervos y plantas comestibles. Reunieron una cantidad considerable para poder pasar al menos una semana ahí sin problema alguno. Cuando comenzó a caer la noche, aproximadamente a las 6 de la tarde, se prepararon para ir a la ciudad de Puebla. A los momentos posteriores de esa sensación horrible de viaje, aparecieron en una población iluminada y con un aspecto señorial digno de un paisaje urbano colonial. Iglesias de cantera y casonas enormes los recibieron amigablemente. Observaron fantasmas andar por las calles sin ningún problema, así como muggles que ni siquiera sabían que esos entes convivían con ellos en esos momentos. Bella, quien jamás había visto una mezcla de urbanidad moderna fusionada con edificios incluso más antiguos que las revueltas de duendes y la implementación del Estatuto Internacional del Secreto, quedó impresionada. Flammer, sin perder tiempo alguno, la llevó de la mano. Ella, por su parte, observaba todos los lugares posibles sin notar por donde se metían, hasta que después de un rato caminar, se detuvieron frente a una casa que parecía abandonada; era de techo alto, con ventanas cubiertas por maderas y la puerta, del mismo material, cerrada con una cadena. Actemcer pasó un dedo por ella y está se abrió, dejando pasar a ambos. Una vez dentro, lanzó un hechizo de iluminación total para poderse orientar.
— ¿Florencia? ¿Florencia, estás aquí? —Dijo el muchacho, quien buscaba por todos lados mientras caminaba. —Florencia, he venido por tu ayuda, justo como prometí, a la fecha fijada, hora establecida en el lugar indicado. Es hora que cumplas tu parte. —Su voz resonó en el lugar, pero sólo eso, un eco que retumbó las paredes. Unos segundos después, todo quedó en silencio.
—Llegas justo a tiempo, Actecmer. Comenzaba a pensar que no vendrías. —Se esuchó una voz desde la oscuridad, el único punto que no lograba penetrar la luz mágica. —Te pido por favor que apagues esa maldita luz. —Dijo el sonido de aquella aguda y penetrante voz de mujer. Flammer obedeció y apenas la oscuridad reinó, un viento rápido pasó junto a Bella y su acompañante. Un frio aliento con olor el olor de la muerte se posó tan cerca de sus caras, que la chica no pudo evitar dar un pequeño resoplo de temor.
—Veo que tras a una compañera, ¿cómo se llama la afortunada?
—Bella Black, Florencia. Y no sé porque le dices afortunada.
—Oh, mi muchacho. —Resonó la voz, pasando una garra afilada y fina por el cabello de Flamm y la cara de Bella, sin lastimarla. — ¿Todavía preguntas? He de recordarte que hace unas lunas atrás, cuando viniste a verme para tus «trabajos» me demostrarte ser un mago extremadamente hábil, aun sin uso de la varita, y desde luego, veo que le enseñaras a esta muchachita todos tus secretos. —Todo se quedó en silencio y segundos después, Flammer y Florencia comenzaron a reír. El estruendo ocasionó que un pedazo pequeño de techo cayera, dejando filtrarse un rayo de luna que iluminó la horrenda cara de la criatura; Tenía un pico largo, ancho y afilado, los ojos penetrantes y su cara cubierta de plumas cafés.
—Veo que no has cambiado nada, Flor.
— ¿Y me lo dices tú a mí? El tiempo es común en los mortales, a fin de cuenta es lo que los mata, pero tú pareces piedra, sin que te afecten los años como a los demás, con excepción de esa cicatriz.
—La considero triunfo de guerra, así como las que me dejaste en la espalda. Pero hoy no he venido a discutir eso, tal vez más adelante, pero no hoy.
— Y si no es por eso, ¿entonces a qué?
—Hace tiempo me hablaste de la comunidad de renegados de los bosques de Cholula y Zacapoaxtla, ¿no es verdad?
— ¿Y qué si lo hice? Puede que te haya mentido.
—Sabes que no puedes mentirme. Aun tus ojos de águila son incapaces de mentir. Necesito que me ayudes, que me digas donde se encuentran.
— ¿Para qué? No veo razón para hacerlo, de igual manera, dudo que ellos quieran ayudarte.
— ¿Lo dudas? Porque yo no. Y respecto al para que, es porque mis planes están a la vuelta de la esquina de estallar y necesito su total ayuda. —El águila humana suspiro y tras este, la luz se encendió, mostrando a una cabeza de animal, el torso de mujer y las patas de cabra puestas al revés.
—Las de Cholula viven en el fondo de la pirámide. Los de Zacapoaxtla están en los límites del lugar, subiendo la cascada, entre los claros del bosque y el río. Sólo aparecen de noche y procura verte lo más no mágico posible. Cuando saben de un mago, jamás aparecen, pero si los encuentras, serán todos tuyos. Aplica en ambos casos. —Flammer sonrió al escuchar esto, tomó el brazo y beso su mano.
—Prometo pagarte este favor. Lo haré en su totalidad.
—La única manera en que puedes pagarme es enseñándome a realizar esa magia tan extraordinaria con las manos que ni yo he podido recrear. —Dijo el nahual. Flamm sólo rio y agradeció. Tomó la mano de Bella y desaparecieron.
La noche era tan absoluta que no se podía ver más allá de las narices de cada uno de no ser por la fogata que seguía encendida.
—Debo admitir que fue mucho más fácil de lo que esperaba.
— ¿Esperabas acostarte con ella o algo así? Porque de ser así, entiendo que pensaras que sería difícil.
—En lo absoluto, sólo que como te dije, son criaturas que no simpatizan con los humanos del todo. Tuve suerte de conocerla tiempo atrás y ganarme su confianza.
— ¿Y cómo lo hiciste? Porque por lo visto, no es nada fácil de tratar.
—Perseverancia, fluidez y rendimiento. Y aunque suene a publicidad de automóvil, es lo que mejor describe lo que hice. —Bella, sin hacer más preguntas, entró a su tienda. Flammer se quedó unos momentos afuera hasta que el frío puedo más que él y entró a la suya. Cuando apagó las luces se quedó acostado en su cama por lo menos 10 minutos cuando escuchó que la hierba estaba siendo movida y que una silueta se dibujaba en la entrada de su tienda. Extendió el dedo, haciendo una barrera mágica que impediría el paso de todo aquel enemigo que tuviera en mente dañarlo o matarlo, sin embargo, aun con esta protección, la sombra de una mujer se movió hacía el. No lograba ver su cara, pero sí notar que se encontraba desnuda. —He de estar soñando. —Dijo, cuando sintió uno dedo posarse en sus labios en señal de que hiciera silencio.
—No, no es un sueño y no dejes que se convierta en uno. —Dijo la voz de una chica bastante conocida y que supuestamente, para esos momentos, debía dormir en la tienda de un lado. Flammer no dijo nada cuando la chica se metió a su cama, poniéndosele encima, deslizando un dedo haciendo que su ropa apareciera en la silla de un lado. Bella besó a Flammer de tal manera que aquella acción habría sido suficiente para quitar el aliento a un dragón durante una hora. El chico la atrajo lo más cerca posible, deslizando sus manos por su cintura y caderas, con tanta desesperación que incluso él se sorprendió de sí mismo. No podía creer que pasara. No hacía más de 14 días que se conocían, por lo que prendió las lámparas de la tienda, dejando ver una blanca piel, tan pálida y tersa como la seda. Deslizó sus manos hacía sus pechos, los cuales eran firmes y medianos, como si el tiempo y nadie los hubiera tocado. No sabía que clase de encantamiento estaba sufriendo, pues en ese momento no pudo pensar en nada más, ni siquiera en que debía prestar total atención a su misión. Su aroma lo embruteció, un olor tan delicado como el de una persona al estar recién levantada. Sintió sus pezones, pequeños y claros. Beso su cuello, mordiéndolo, dejando ella que sus manos pasaron con total libertad por su sexo desnudo, tan ajeno del mundo, con una seducción endemoniadamente virginal que hizo trabajar a todos los sentidos a la vez. Flamm quedó completamente fuera de sí. Podría haber jurado que no era una mujer común y corriente. Incluso cuando se acostó con Hada por primera vez, no pudo sentir lo que sintió en ese momento. La noche transcurrió entre gemidos y jadeos, mordidas y muecas, sudor y tiritos de fríos. La noche llegó a su fin, pero no la pasión desbordada de aquel momento. La pureza virginal de Bella hizo que Flammer no pudiera dejarla ni un solo instante. Y por su parte, Bella, como si hubiera dejado todo pudor en la entrada de la tienda, entregó su cuerpo y alientos, suspiros y lamentos, lágrimas y sonrisas a aquel que hacía días consideraba tan repulsivo y repugnante como persona que sólo el contacto con él le producía nauseas.
Cuando el sol comenzó  a iluminarlos, no perdieron un solo minuto. Se vistieron rápidamente, bebieron café con el desayuno y salieron rumbo a Zacapoaxtla. Consideraron que sería más sencillo ubicarse en un bosque que en una pirámide, la cual era particularmente confusa. Al llegar al poblado, tuvieron la sensación de que todos los habitantes los observaban, como si supieran quienes eran o lo que hacían, e incluso peor, lo que eran. Flammer y Bella se internaron en el bosque les indicó Florencia, la nahual  estuvieron vagando durante horas, separándose gradualmente del camino. Cuando la noche comenzó a caer, procuraron no hacer magia, al igual que como en todo el día, hasta que la oscuridad fue tan cerrada que sacaron unas linternas de mano para ver entre la espesa hierba. Iban juntos y de la mano, cuando escucharon la vegetación moverse. Se quedaron quietos. Bella tomó su varita sin enseñarla y Flammer mantuvo su mano firme. Vieron entonces como de unos matorrales, una pequeña jauría de zorros los observaba fijamente. La chica también vio que en las ramas de los árboles las lechuzas y búhos los veían detenidamente. Se quedaron ahí, sin decir nada, hasta que los zorros comenzaron a marcharse uno a uno, como si no tuvieran nada más que hacer.
—Animago Revelum. —Dijo Flammer, apuntando a la cola de un zorro, quien brincó por los aires, revelando una figura semi humana similar a la de la mujer de la ciudad de Puebla, pero con cabeza de zorro en vez de águila, colmillos grandes y una nariz aguda. —Bien, veo entonces que Florencia no estaba mintiendo. —Habló el chico, cuando notó que los demás miembros de la jauría y de las parvadas de lechuzas se transformaban por voluntad en esas criaturas extrañas.
¿Quién eres tú y que haces aquí? —Preguntó la criatura a quien obligaron a tomar forma casi humana pero con voz de hombre.
Cierto, ¿qué modales son eso? Mi nombre es Flammer Actecmer y ella la señorita Bella Black.
¿Actecmer, el hijo de Eiven y…?
Hilda. —Le interrumpió Flam, algo extrañado.
Interesante, quien diría que los viejos Actecmer tendrían un hijo. Una desgracia lo que sucedió con ellos. Nos ayudaron mucho para no desaparecer y jamás pudimos pagarles.
¿Cómo los ayudaron? —Preguntó Flammer, interesado.
Nos mandaron a parte de sus leales para ayudarnos a combatir contra los Hillers cuando trataron de imponerse sobre el estado. Fue una batalla dura, pero al final la ganamos.
Vaya, no tenía idea alguna. —Dijo el chico impresionado.
Casi nadie la tiene. No hablamos de eso con nadie y jamás se registró, pero eres hijo de ellos, has de saberlo.
Bueno, en ese caso quiero contarles algo que tal vez les interese. —Dijo Flam, sonriendo como si supiera que tendría la victoria segura en aquel duelo de convencimiento.  
Horas después, Flammer y Bella caminaban de regreso por el Paso de Cortés.
— ¿Lo ves? Sólo necesitas poder de convencimiento y el apellido de una antigua y poderosa familia. En tu caso sólo te hace falta la primera. —Dijo el chio algo burlon mientras entraban en el campamento.
—Yo creo que ha sido suerte más que nada.
—Sí, suerte de que tuvieran resentimiento a los magos pero debieran favores a unos. Lo bueno es que hacen magia pobre, pero son buenos luchando. Sólo necesitaríamos un poco de caza para encerrarlos en Azkaban una vez finalizada la guerra.
—Eso sería traición y es deshonesto. —Dijo la muchacha. Flammer la volteó a ver con cara de que no creía lo que decía.
— ¿Es enserio, deshonesto? Despues de todo, ¿piensas que soy honesto? —Río un poco y sirvió café.
—Bueno… Esperaba que después de todos estos años…
— ¿Me volviera otra persona? Sólo podría hacerse con una poción multijugos. —Dijo el muchacho y terminó la taza. La plática se prolongó el resto de la noche, mientras Flammer le explicaba el plan para entrar a la pirámide.
— ¿Cómo que bajo tierra?
—Sí, ya lo verás. Deberás reconocerla al instante, es muy obvia.
— ¿Cómo que muy obvia?
—Sí, literal, es el cerro de la ciudad.

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