jueves, 15 de diciembre de 2016

Capítulo LII: Inicia la guerra.



Poco después de que Flammer asesinó a sus mediohermanos, me dijo que iríamos directo a donde estaba la construcción. Estaba seguro que así se solucionarían sus problemas, sin embargo tampoco lo ví muy convencido, como si supiera que podría pasar algún tipo de contratiempo, sin embargo decidí no preguntar sus conjeturas, pues se veía débil y cansado, como si esa magia que había usado lo hubieran dejado agotado, sin contar que en su tono de voz que normalmente era calmado y pausado, que ya de por sí daba miedo escucharlo hablar estando enojado, ahora era más grave y se notaba claramente que estaba ardiendo por dentro del odio, así que sólo me limité a seguirlo, pues ni volteaba a verme. Estaba murmurando cientos de cosas, ni atención me prestaba y sinceramente prefería que así fuera, no tenía deseo en lo absoluto de tener que batirme en duelo contra él si comenzaba a pensar que lo estaba retando, así que sencillamente caminamos durante un par de horas, en camino hacía donde estaban construyendo la nueva Mansión Actecmer. Revisé mi reloj y al notar que apenas eran las tres de la madrugada, supe que Flammer estaba o tratando de ganar tiempo, o sin importarle un carajo el estatuto del secreto si llegaba a hacer lo que pensaba que haría. Finalmente se detuvo, tomó mi brazo y desaparecimos, llegando al instante a donde estaba la obra, tal como se había quedado hacía apenas unas horas. Flam, quien estuvo observando todo el lugar, agarró su varita e hizo que los ladrillos salieran volando, apilándose unos tras otros, fijándose y quedando inertes unos segundos, hasta que cayeron, negándose a seguir la construcción. Escuché como Flammer crujía los dientes y un grito plenamente horroroso lleno de odio, rabia y maldad envolvió todo el ambiente, de las manos del chico estaban saliendo dos enormes llamaradas que fácil alcanzaban los 5 metros de altura y de su boca, mientras emanaba el grito, un sinfín de enormes abejas más negras que la noche comenzarona volar y a abrirse camino entre la ciudad. Cuando el gritó cesó, levantó la varita e hizo estallar en miles de pedazos los pocos avances que había, volteó a verme de reojo y apenas sí logré tocarlo, desaparecimos de nuevo. Un instante después, caí al suelo de sentón, nuevamente frente a la casa de la chica a quien mató hacía apenas unas horas. La vio con enorme desprecio y con una ráfaga de aire hizo que la puerta se abriera, encendiendo el tipo de alarma que usaban los muggles para evitar intrusos. Se escuchó un par de gritos y a dos bebés llorar, vi una sonrisa de triunfo en sus labios y subió, con completa tranquilidad, y siguiendo sus pasos, fui tras de él. Llegamos a un pasillo donde había varias puertas. Flammer abrió una por una hasta que llegó a la última, al abrirla, encontró a un hombre, abrazando a dos bebés recién nacidos, que lloraban de terror al igual que el hombre, que se puso de frente entre Flam y los que intuí eran sus hijos. Levantó su varita apuntando el sujeto, quien se quedó plantado ahí.
—Vamos, sé que la magia no puede lastimar. Estoy casado con una bruja y me ha explicado que la magia oscura a quedado olvidada. —Dijo el muggle, bastante firme pero sabiendo que el mismo dudaba de sus palabras.
—Lamento decirte que hablas con errores; En primer lugar no estás, estabas casado con una bruja, ahora es alimento de gusanos. En segundo, la magia oscura no se ha perdido, pues frente a ti tienes al mago más grande y poderoso que haya existido en este siglo y tal vez de todos los tiempos.
— ¡Mientes! Desgraciado, mientes. —El hombre abrió su gaveta y sacó un arma de fuego, apuntando directo a Flam. —Un paso más y te mataré, ¡juro que lo haré! —Se vieron fijamente a los ojos, Flammer sin bajar la varita, rio cuando el objeto empezó a derretirse hasta ser una plasta de metal fundido.
—No eres más que un simple muggle que piensa que puedes plantarte frente a un mago y salir ileso. Pero te haré un trato; Contesta por las buenas lo que quiero y te mataré sin sufrimiento, tan simple y sencillo que pensarás que sólo cerraste los ojos para dormir.
—Jamás haría lo que tú me dices. Conozco lo que haces. Sé quién eres. Mi esposa. —El hombre calló, entiendo al fin el “estabas” que Flammer le había dicho hace apenas unos momentos. —Sus hermanos… han hablado mucho de ti. No eres más que un asesino.
— Para ti soy un asesino, sin embargo te diré un secreto; he logrado que grandes magos hablen y revelen sus secretos, para después robar su última luz de ojos, ¿por qué sería diferente contigo? Sólo responde lo que quiero y morirás sin miedo, y tus hijos no sufrirán daño. Aunque claro, sin madre, tíos o familia alguna, lo mejor sería que murieran junto a ti. —Flammer soltó una débil sonrisa cuando observó el temor y súplica en los ojos de aquel muggle.
—No… No dejaré que toques a mis hijos, ni a mi.
—La valentía es un defecto que muchos llaman virtud, y no digo que hay que ser cobarde, pero muchas veces hay que saber cuándo dejar el orgullo de lado e intentar salvar a los que quieres a costa de tu vida. ¡Crucio! —Un destello rojo salió de la punta de su varita y el pobre hombre cayó al suelo, chillando de dolor, ahogado por el llorar de sus hijos quienes comenzaron a gritar nuevamente. Flammer parecía que ni me recordaba que estaba ahí, parecía divertirse de lo lindo sintiendo el sufrimiento de la persona. El grito del sujeto paró. — Y déjame decirte, querido cuñado, que eso es apenas una galleta de la cena que se aproxima si no quieres hablar.
— ¡No diré nada! —Dijo el hombre entrecortado y sumamente perturbado.
—Pensé que eras inteligente, pero cuando alguien es estúpido es inevitable. —Rio entre dientes y me vio. —Bella, mi amor, si me haces los honores. —Fijó su vista en uno de los bebés y comprendí a lo que se refería, sentí que empalidecí y mi pulso se aceleró. — ¿Puedes o no puedes? —Me preguntó, completamente frío y sin expresar emoción alguna, era como si su lado humano hubiera desaparecido por completo. Sin pensarlo saqué mi varita.
—C-cr-crucio. —Una chispa roja salió de la punta de mi varita y al momento el bebé al que apunté comenzó a llorar de una manera completamente desgarradora.
— ¿Lo ves? Hay peores torturas que la física o la mágica, por ejemplo [Incarcerous] obligarte a ver como tus hijos son sometidos a la misma maldición a la que te sometí hace un momento. —Flammer elevó unos centímetros al muggle, quien estaba atado con unas gruesas cuerdas y lloraba de impotencia. Sin embargo se vio aliviado cuando una decena de luces azules y rojas empezaron a aparecer y a detenerse frente a la casa. —Bella, ocúpate de él, no lo mates, no lo sueltes, que quede todo como está. Yo me encargaré de esto. —Apenas terminó, salió de la habitación. Observé a los ojos al pobre hombre, quien estaba pidiendo de manera silenciosa que todo terminara, estaba llorando en completo silencio y dejó escapar un grito de horror cuando se escuchó una explosión y una bola de fuego que se elevó varios metros. Unos segundos después, Flammer apareció en la habitación. —Todo está bien, todos esos entrometidos están muertos. Y esto que te sirva de lección, muggle. Si maté a más de veinte personas en apenas unos segundos, ¿qué te hace pensar que contigo será diferente? Te lo preguntaré sólo una vez; ¿esos bebés son hijos tuyos y de Anahí? —El hombre asintió débil mente, vencido y llorando. — ¿Los otros dos hermanos, Fernando y Gustavo, tenían hijos? —El muggle asintió de nuevo. — ¿Los tuyos eran los mayores? —Nuevamente la respuesta fue afirmativa. Flammer quedó en silencio un momento. —Haz hecho bien, Adolfo. No tienes culpa de nada de lo que pasará, no tenías opción. —Adolfo lo vio, entre en rábico  y lleno de temor. Flam, sólo apuntó su varita al bebé que torturé y un rayo de luz verde salió disparada, dando de lleno en el pecho del infante, quien dejó de respirar en ese momento. El muggle gritó pero no tuvo tiempo de hacer nada, pues otro rayo igual salió e impactó en la otra criatura, quien igual, como si estuviera profundamente dormida dejó de hacer ruido alguno. —Bella, encárgate de él, reúnelo con sus hijos y esposa, te esperaré afuera. El salió, vi a los ojos al hombre, quien lloroso y sin esperanza alguna, se levantó, esperando su destino.
—Mátame… Por favor, mátame. No quiero estar en este mundo si ya no tengo nada. —Su voz era de súplica total, así que en un acto de piedad, su mirada reflejó una luz verde y cayó muerto. Cuando salí estaba parado frente a la casa, el lugar estaba cubierto de autos en llamas, como si fuera zona de guerra. Flammer dio una última mirada a la casa y de la punta de su varita, un enorme cuervo de fuego salió disparado, quemando toda la finca. Tomó mi brazo y desaparecimos, nuevamente a la construcción. Hizo la prueba de los ladrillos, reconstruyó la pared que hizo volar y puso más cosas con la varita, y estos no cayeron, se mantuvieron como si llevaran pegados toda la vida. Sonrió de forma triunfal y tomó mi brazo nuevamente. —Hemos estado lejos de Inglaterra demasiado tiempo, y comienzo a extrañar a todos por allá, es hora de regresar a casa, creo que ambos lo ocupamos. —Y sin más, desaparecimos.
Cuando regresamos a Londres, fuimos hacía el departamento que tenía Flammer ahí, y patra nuestra sorpresa, Hada, Herman y Marian estaban ahí, como si nos esperaran.
—Llegan tarde. Tardaron unos días más de la cuenta, hasta pensé que deberíamos ir a buscarlos. —Dijo Hada, quien se levantó y besó a Flammer frente de mi.
—Un mago nunca llega tarde ni pronto. Llega exactamente cuándo se lo propone. —Dijo Flammer y Hada tanto como Herman rieron ante esa frase.
—De acuerdo, nuestros temores están disipados, eres realmente el Flammer Actecmer que conocimos en nuestros años de colegiales. —Habló Herman, quien estaba sentado bebiendo.
—Sabes, Flammer, cuando iniciamos esta misión estaba dudosa de que fuera un éxito, pues a veces tus planes jamás salían bien. —Se escuchó Marian, quien estaba al fondo. —Pero esta vez, todo salió a la perfección, ¿no es así Hada, Herman?
—Por supuesto, más de lo que esperaba. Hasta me enteré que Hada es mi prima, que mi familia te tiene miedo y te apoyará pues también te respeta y que hay muchas más familias enteras de magos que, aunque no tienen ni puta idea del ideal que perseguimos, nos dan el apoyo incondicional.
— ¡Excelente! Es magnífico escuchar eso. —Dijo Flammer, quien apareció una botella de cerveza y comenzó a beber.
—Por mi parte. —Mencionó Hada— Un ejército entero de los Delacour que no están ligados a esos patéticos Weasley ni Veelas, también nos respaldan, junto a unas 3 decenas de hombres lobo, otras dos de vampiros y por si fuera poco, una manada entera de centauros y de gigantes.
—No esperaba menos de ti, Hada. Siempre a la vanguardia. —Flammer sonrió de manera amorosa a la chica, haciendo que sintiera una patada de celos. — ¿Y tú, Marian? Estoy seguro que tienes buenas noticias.
—Bueno, tengo el respaldo de todo mi clan, sin contar que un centenar de dragones de todos los tipos también se han mostrado dispuestos a ayudarnos y que, para poner la cereza en el pastel, logré revertir el hechizo de unos cientos de inferis que encontré en una cueva al norte, que parece eran de Voldemort pero al morir, los hechizos dejaron de funcionar, pero ahora son fieles a nosotros.
— ¡Perfecto! Por nuestro lado —Flammer me vio. —logramos reunir un amplio apoyo de brujos y brujas americanos, así como de una gran cantidad de criaturas de todo el continente. Tenemos el ejército mágico más grande jamás visto. En poco tiempo, el ministerio probará de que estamos hechos. —Flammer bebió más, prendió un cigarrillo y siguió hablando. —Estamos a punto de ser los más grandes en la magia, tanto antigua como moderna. Ya no sólo es por la dominación del mundo mágico y, por primera vez desde que comenzamos nuestra campaña, el cubrirnos de oro, ahora hay más intereses de por medio; dominar a los magos y muggle por igual. —Todos los vimos, sin embargo Herman, Hada y Marian rieron, levantaron cada uno las botellas que tenían y brindaron. — ¡Por la magia! —Gritaron todos. Tal vez, en ese momento, debí entender que estaba cometiendo el mayor error de mi vida, que todo acabaría en algún momento y que lo más probable era que mal; Acababa de ver a Flammer asesinar a sangre fría a dos bebés, ese debió ser mi límite, pero quise saber cual era el suyo, pero después entendí que no lo había. Parecía que ese horrocrux que creó sólo consumió el poco humano que aun conservaba.

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